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El ropero, los viejos y la muerte

«Uno de nuestros juegos preferidos era penetrar en el ropero por la puerta de madera y aparecer al poco por la puerta de vidrio», cuenta el narrador. Cuando un amigo de su padre trae a su repelente hijo Albertito, los chicos de la casa juegan con él pero no le hablan para nada del ropero. Pero un día que salieron a jugar al fútbol en la calle, Albertito, que «tenía una patada de mula», manda el balón dentro de la casa. Y cuando van en su busca descubren que su tiro, «que nunca ni él ni nadie repetiría así pasaran el resto de su vida ensayándolo, había logrado hacerle describir a la pelota una trayectoria insensata que, a pesar de muros, árboles y rejas, había alcanzado el espejo del ropero en pleno corazón».