Nuevo México, 1851. El obispo Latour y su amigo desde la infancia el padre Vaillant, franceses, llegan a unas tierras que no conocen para poner en pie la diócesis. Deben hacer frente a sacerdotes rebeldes, tratar con todo tipo de gente, sobrellevar también su propia soledad. Al final de sus vidas, Vaillant dice a Latour: «Hemos hecho lo que hace mucho tiempo pensábamos hacer, cuando éramos seminaristas…, al menos algunas cosas. Ver cumplidos los sueños de juventud: es lo mejor que le puede ocurrir a un hombre. No hay éxito mundano que se asemeje a eso».