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AYLLÓN, José Ramón

«Novelas de profesor»: su autor no busca tanto contar unas historias como transmitir ideas, provocar en lectores jóvenes el gusto por las humanidades y encender las preguntas de los porqués, valiéndose de una prosa cuidada y precisa y de la experiencia profesional atesorada.

Querido Bruto es un relato reflexivo en donde se presentan (muy favorablemente) los modos en que los romanos entendían el amor, la amistad, la política, etc. En ella son muchas las expresiones afortunadas y las máximas sabias: «El hombre de deseos insaciables es como un tonel agujereado: se pasa la vida intentando llenarse, acarreando agua en un cubo igualmente agujereado».

Vigo es Vivaldi es una sucesión de anécdotas de distintos personajes —escolares, deportivas, familiares…—, a través de las cuales se nos habla de Platón, de Machado, de Neruda, de Bécquer…, y de autores y novelas recientes, y de canciones actuales con cuyas letras se revelan también los sentimientos. Los descarados acentos románticos, con réplicas y contrarréplicas perfectas, y los momentos felices, tanto en forma de sucesos humorísticos como de reflexiones acerca de distintos aspectos de la vida, llevan al lector a pasar por alto las inconsistencias novelísticas de la historia y a dejarse arrastrar hasta un final destroza-corazones.

Diario de Paula quiere ser un relato complementario pero independiente de Vigo es Vivaldi. Sin embargo, su lectura debe ser posterior si se quieren captar mejor muchas anécdotas y, sobre todo, porque sólo así se verán las cosas a la luz que proporciona el final de la primera historia. Igual que allí, la prosa es excelente; los contenidos son inteligentes y están narrados de modo divertido, y por momentos brillante; el autor logra recoger bien el mundo interior de la protagonista y llegar al corazón de los lectores. Eso sí, es improbable no tanto que una chica de dieciséis años escriba tan bien como Paula, sino que sea capaz de hacer una exposición tan equilibrada y madura de muchas cuestiones cruciales de la vida. Esto, que se resolvía bien en el desenlace de Vigo es Vivaldi, aquí se queda sin una explicación plausible.

El autor estira un poco más la historia en Palabras en la arena [1] y en Otoño azul [2].

Vigo sonríe

Algunos momentos excelentes de Vigo es Vivaldi llegan cuando el narrador se deja llevar por el lirismo al hablar de su ciudad. «Al terminar las clases […] he vuelto a casa solo, pensando en la niebla matutina y en esta tarde soleada. Camelias, una de las avenidas que circundan el Castro, se asemeja a un corredor de asfalto flanqueado por dos respetables murallas de edificios compactados. Se me ocurre que su densa confusión de coches y gentes resultaría agobiante sin tres o cuatro concesiones inesperadas. Caminas entre humos, frenazos, acelerones y bocinas. Y en la otra acera, por sorpresa, irrumpe un chorro de luz azul entre dos edificios felizmente separados. A través de esa abertura de pocos metros parece que se cuela en la jungla de asfalto la ría entera con todos sus encantos. Y en lo que era monotonía y aturdimiento se abre una ventana a la libertad, y por esa ventana te sonríe Vigo.»