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CALVINO, Italo

Relatos entre fantásticos, humorísticos y absurdos. Narrados con prosa fluida y un cierto tono de cuentos tradicionales, ejemplifican cómo la fantasía es un óptimo recurso para iluminar aspectos de la realidad, y más aún si se posee un humor irónico tan agudo como el de Calvino. Por la fusión de géneros tan peculiar, por aparecer algunos personajes niños y jóvenes, por el claro propósito de ofrecer lecciones morales, hay quienes los consideran relatos juveniles aunque no fuera esa la intención del autor en su confección, ni el poso escéptico que dejan parezca el más apropiado de un libro para jóvenes.

En El vizconde demediado se viene a decir que de las dos mitades que todos tenemos, puede ser peor la buena, que también la virtud puede ser inhumana: el narrador explica que, al final, «mi tío Medardo volvió a ser un hombre entero, ni bueno ni malo, una mezcla de maldad y bondad, es decir, no diferente en apariencia a lo que era antes de que lo partiesen en dos. Pero tenía la experiencia de la una y la otra mitad refundidas, y por tanto debía de ser muy sabio».

En El barón rampante, un cuento filosófico volteriano donde todo se cuenta con realista naturalidad, y en el que falta contención pues se alarga en exceso con episodios dignos del barón de Munchausen, entre otras cosas se habla de una fidelidad a los propios principios comprendida como no someterse a ninguna imposición. Estos planteamientos están de acuerdo con la posición del autor en esa época, en la que abandonó el Partido Comunista tras la invasión de Hungría por la URSS el año 1956.

En el tercer libro de la trilogía, El caballero inexistente (Il cavaliere inexistente, 1959) —sobre un misterioso paladín de Carlomagno que lleva una impecable armadura blanca pero que no tiene cuerpo y se mueve sólo por un impulso de la voluntad, aventuras que relata una monja de comportamiento muy ligero—, Calvino vuelve a un clima fantástico como el del primer relato, aunque todo es aún más irracional que allí, y se propone que cada hombre debe buscar su propia identidad del mismo modo que los antiguos aventureros buscaban la gloria (esta historia, que no he seleccionado por ser la menos lograda de las tres, podría ejemplificar por qué Calvino decía, en uno de sus ensayos, que la sátira no era el terreno que más dominaba).

En general el autor destaca la necesidad del respeto a los demás y, en principio, la obligación de buscar por encima de todo la justicia. Con todo, sus acentos ligero-irónicos contaminan irremediablemente de frivolidad su reflexión crítica sobre la condición humana. Y se puede dudar de la categoría y de la solidez de la tolerancia que predica cuando, en especial en el tercer libro, ridiculiza la vida religiosa e ironiza mucho contra ella con descripciones inmorales.

Los cuentos de hadas son verdaderos

Entre otras tareas editoriales que realizó Calvino una fue la de preparar una extensa recopilación de Cuentos populares italianos (Fiabe italiani, 1956; Siruela, 2014). Termina su prólogo con un estupendo texto en el que declara que «los cuentos de hadas son verdaderos»:

«Son, tomados en conjunto, con su siempre reiterada y siempre diversa casuística de acontecimientos humanos, una explicación general de la vida, nacida en tiempos remotos y conservada en la lenta rumia de las conciencias campesinas hasta llegar a nosotros; son un catálogo de los destinos que pueden padecer un hombre o una mujer, sobre todo porque hacerse con un destino es precisamente parte de la vida: la juventud, desde el nacimiento que a menudo trae consigo un augurio o una condena, al alejamiento de la casa, a las pruebas para llegar a la edad adulta y la madurez, para confirmarse como ser humano. Y en este exiguo diseño, todo: la drástica división de los vivientes en reyes y humildes, pero su igualdad sustancial; la persecución del inocente y su rescate como términos de una dialéctica inherente a la vida de todos; el amor que se encuentra antes de conocerlo y que súbitamente se sufre como un bien perdido; la suerte común de verse sujeto a encantamientos, esto es, de estar determinado por fuerzas complejas e ignoradas, y el esfuerzo por liberarse y autodeterminarse entendido como un deber elemental, junto al de liberar a los otros, al punto de no poder liberarse solo, el liberarse liberando; la fidelidad a un empeño y la pureza de corazón como virtudes básicas que conducen a la salvación y al triunfo; la belleza como signo de gracia, aunque pueda ocultársela bajo atuendos de modesta fealdad, como un cuerpo de rana; y sobre todo la sustancia unitaria del todo —hombres, bestias, plantas y cosas—, la infinita posibilidad de metamorfosis de todo lo que existe».

Otros libros: Punto y aparte [1], Por qué leer los clásicos. [2]