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ORLEV, Uri

Narración ágil y tensa, montada con frases cortas: «Todo ocurrió de repente. Pilló a todo el mundo desprevenido. Ni hubo rumores previos ni ninguno de los capataces polacos dejó caer pista alguna. A lo mejor ellos tampoco lo sabían. Aquella mañana todo el mundo fue al trabajo como de costumbre. Yo estaba con Boruch en el almacén. Copito de Nieve se quedó en casa…».

Orlev imprime un sello vitalista a sucesos tan trágicos y sabe introducir al lector en la mente de Alex, un chico reflexivo que va formando su propio criterio al procurar asimilar los mensajes contradictorios que recibe:

«“Siempre que escojas un escondite, asegúrate de que tenga una salida de emergencia”. Eso me lo enseñó Boruch.

“Lo que cuenta más es el elemento sorpresa…” Eso me lo enseñó mi padre.

“Si tratas a las personas con bondad y confianza en ellas, siempre te ayudarán”. Eso me lo enseñó mi madre.

Sin embargo, cuando mi padre oyó aquello dijo:

—Sé bondadoso, pero fíate sólo de ti mismo.

Y entonces me sentí hecho un lío.

—Depende de la situación —dijo mi madre—. Una persona inteligente sabe cuándo seguir una regla y cuándo seguir otra».

En otra ocasión Alex escucha a su madre hablar sobre las raíces culturales de su pueblo: «Cuando se arrancan las raíces de un árbol, muere. Las personas —continuó— no se mueren cuando reniegan de su pasado, pero ya no pueden seguir siendo ellas mismas. Crecen tristes y malogradas, y lo mismo les pasa a sus hijos». Asombrosamente para Alex, su padre no estaba de acuerdo. «Pero reconoció que los judíos tenían unas raíces muy profundas que se remontaban a muy atrás, aunque se hiciesen cristianos. ¿Quería también mi padre hacerse cristiano? No lo creo. Esa salida hubiese sido la propia de un cobarde, y mi padre desde luego no era un cobarde». Como se ve, se puede ser valiente como Alex y no discernir del todo en qué consiste la verdadera valentía.

Otra obra: Soldados de plomo [1].