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FIGUERAS, Marcelo

Después de firmar el guión de la película con igual título, el autor decidió escribir una novela con la misma historia. El resultado es un relato fresco a pesar de que podría ser más tenso: hay digresiones que parecen innecesarias. También, a veces resulta un estorbo la voluntad de ser «literario» en una narración coyuntural cuya eficacia se basa, entre otras cosas, en la multitud de acertadas referencias a personajes del momento en que suceden las cosas, y a otras del tiempo actual (como una comparación con los conejitos de Duracell, que no existían en los setenta, que yo recuerde).

Dicho esto, hay que añadir que Kamchatka tiene acentos verdaderamente mágicos para quienes vivieron los setenta, y vieron series de televisión como Los Invasores, o leyeron tebeos de superhéroes y discutieron entonces sobre si Superman era o no superior a Batman, o anduvieron kilómetros en viejos Citroen dos caballos. Pero, además de lo que tiene de ducha de nostalgia (refrescante o llorona, según gustos), Kamchatka contiene diálogos chispeantes y episodios humorísticos que recogen con acierto muchas actitudes infantiles. Es, también, un relato de vida familiar cálida, donde las dificultades vitales no sólo no impiden, sino que propician más aún que fluya el afecto en todas las direcciones: de padres a hijos, de los hijos a los padres, de los hermanos entre sí. A esto se debe que Kamchatka obtenga una nota muy alta entre historias más o menos parecidas: no son frecuentes unos padres «que sean tan sabios en el dolor, en el arte de la pérdida, en la forma de lidiar con muertes tan tempranas y tan violentas».

Látigo de cinco colas

Del mismo modo que Harry indica que su abuela era enormemente hiriente, «utilizaba su lengua como un látigo de cinco colas; nunca lastimaba en un solo lugar», la eficacia del humor del autor se apoya en su facilidad para usar distintos registros.

El más llamativo para un lector español son los continuos giros argentinos. Así, cuando Harry se queja de que su madre no le hace tanto caso a él como al pequeño, la madre le replica: «Vos cuando llegás te prendés a la tele y no me das bola. Te pregunto cómo te fue y siempre decís lo mismo: bien. ¿Para qué me querés acá?».

Es muy frecuente también el uso de comparaciones gráficas tomadas del mundo del cómic. En una ocasión, el narrador explica su estado de ánimo diciendo que «me sentía como esos personajes de historieta que llevan sobre la cabeza una nube negra, que va a donde ellos van y de tanto en tanto les dispara un rayo».

Para un chico sin educación religiosa como Harry, al que hay que transmitirle algunos conocimientos aceleradamente, algunos golpes se basan en un original punto de vista de los relatos bíblicos. Por ejemplo, al describir cómo recuerda que su padre y su abuelo siempre terminaban discutiendo, señala que «su último abrazo sincero no podía haber ocurrido mucho antes de que Adán pidiese postre y Eva le dijese ¿no querés fruta, mejor?».

Y no faltan reflexiones jugosas basadas en agudas observaciones de la realidad: «Después dicen que los soliloquios de Shakespeare son artificiosos. ¿Qué diferencia hay entre Hamlet hablándole a una calavera y papá hablándole a la tele?».