Con los pensamientos que brotan de la mente caótica y deslavazada de Ceporro, el autor teje un trabajadísimo y por momentos desternillante relato de acercamiento a la infancia que también es un realista y eficaz tapiz de un ambiente y una época. Pombo emplea con talento literario y agudeza psicológica la perspectiva del niño que, a través de una supuesta narración oral, al tiempo que cuenta los sucesos externos de su vida, va perfilando unos «secundarios» excelentes como la abuela o Rodolfo, al tiempo que pone al descubierto un mundo interior dominado por una portentosa imaginación. Un lector sin reticencias se sumerge por completo en la mente de «El Rey», maquinando continuamente escenas de combates de boxeo —«Zas, izquierdazo en el estómago, a ser posible que vomite»—, o saboreando anticipadamente comidas posibles —«Merendar me chifla, más inclusive que comer, lo que yo daría es merienda-cena que matas dos pájaros de un tiro, merendar de tenedor, con raciones de queso y de chorizo y de jamón, además de los bollos y las pastas y el té de normalmente»…—.