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WAUGH, Sylvia

Relato bien escrito y construido que añade un eslabón más a la cadena de historias sobre muñecos que cobran vida. La pequeña intriga del argumento capta el interés y, con las peculiaridades que tienen los personajes, están bien captados muchos matices de la convivencia familiar: relaciones entre padres e hijos y entre hermanos y hermanas. De todas formas, lo que más atrae al lector son los numerosos detalles que revelan de qué modos los Mennym logran disimular sus peculiaridades, como sus orejas de fieltro o los brillantes ojos de botón, para pasar inadvertidos en el vecindario.

Esa sensación de amenaza continua que tienen los Mennym no es el único parecido con Los Incursores [1] de Mary NORTON [2]: también la definición del personaje principal, que allí era la joven Arrietty y aquí es Soobie, el hijo mayor, el único que quiere mirar la realidad de frente y que se lamenta de su falta de adecuación al mundo real: «Me cuesta aceptar que soy un muñeco de trapo en un mundo que está evidentemente pensado para los seres humanos». Ese fuerte deseo de pertenecer al mundo humano les hace imitar a los hombres en todos sus comportamientos y gestos, pues eso les proporciona seguridad, y les acaba también enseñando las desventajas de no envejecer nunca y de verse atrapados en el tiempo.

No han sido editadas en castellano las otras novelas que continúan la serie: Mennyms in the Wilderness (1994); Mennyms Under Siege (1995); Mennyms Alive (1996); Mennyms Alone (1996).

No sé si creo en ti ni si tú crees en mí

Algo característico de la novela son las consideraciones de los propios personajes sobre su propia realidad. Así, cuando Soobie está buscando a su hermana desaparecida, entra una iglesia y reza: «No sé quien ha hecho la parte de mí que piensa. No sé quién soy de verdad ni qué soy en realidad. Nunca me ha gustado fingir. No puedo fingir que tú me estés escuchando. Sólo puedo ofrecerte el beneficio de la duda. Y es una duda muy grande; de eso puedes estar seguro. ¡No sé si creo en ti ni, lo que es peor, si tú crees en mí; pero necesito ayuda y no hay nadie más a quién acudir. Las personas de carne y hueso que vienen aquí tienen algo a lo que llaman “fe”. Por favor, si escuchas a un muñeco de trapo con la cara azul, deja que la fe de los demás te baste para ayudarme. Tengo que encontrar a mi hermana, porque si no mi madre será la primera de nosotros en morir. Querido Dios, ¡si ni siquiera sé qué significa lo que acabo de decir!

Eso fue todo lo que pudo expresar. Después de esto, se le ocurrieron dos cosas. Primero, que únicamente ahora había comprendido por qué tenía que encontrar a Appleby. Segundo, que tenía la sensación, aunque no era más que eso, una sensación, de que alguien, en alguna parte, había oído su plegaria».