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TERLOUW, Jan

Terlouw redacta novelas eficaces de acuerdo con sus destinatarios. El rey de Katoren es un relato con acentos clásicos, construido con cuidado y desarrollado con fluidez, que algunos consideran el mejor de sus libros. La narración tiene un claro propósito de hacer reflexionar a los lectores acerca del modo correcto de gobernar un pueblo, por un lado, y de cómo los ciudadanos han de hacer frente a las dificultades, por otro. Al audaz Stas le guía el sentido común y el amor a la justicia, pero también consigue sus objetivos gracias a las ideas y a la solidaridad de muchos otros.

Con lenguaje deliberadamente sencillo, en Piotr logra encariñar y atrapar al lector con las desventuras de Piotr y su padre, a la vez que interesarle por la vida revuelta de la Rusia prerrevolucionaria y por los vastos paisajes siberianos que Piotr recorre. El autor muestra con acierto cómo la necesidad de la lucha contra las fragrantes injusticias sociales no debe derivar nunca en un comportamiento injusto contra ninguna clase de personas. De vez en cuando sus mensajes son explícitos: «No es nada agradable tener hambre auténtica. Y sin embargo, todos los días, incluso ahora, millones de niños tienen muy poco que comer, mientras que nuestra “única” preocupación es evitar estar gordos. Puede decirse que hay algo que no marcha en todo esto».

En Barrotes de Bambú Terlouw eleva el listón de edad de sus lectores con una narración más compleja que, sin estar lograda del todo, resulta un acercamiento elogiable a un tema candente. Están bien definidas las trayectorias vitales de los protagonistas: Céline, la chica deprimida que, buscando respuestas sobre la vida, entra en la secta; Valentine de Boer, un chico drogadicto que logra rehabilitarse; el tozudo Paul Van Ravenswaai; la lógica y decidida Josie… También es verosímil el modo de presentar el atractivo que la secta ejerce sobre adeptos como Céline. La novela terminaría de funcionar bien con una mejor definición de algunos personajes secundarios, del líder de la secta sobre todo, cuyo desmoronamiento resulta poco creíble. Por otra parte, la resolución quizá debería ser más realista y menos complaciente. El espíritu crítico que la novela refuerza se puede aplicar al comportamiento del comisario Keizer: si su buena intención es obvia, sus procedimientos son discutibles.