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CAPRIOLO, Paola

La historia la va relatando Floresta, la de «tupida sombra» y «lugares secretos eternamente fecundos», y lo hace con acierto descriptivo y acentos evocadores, como en voz baja y como en un cuento de acariciante fantasía. Con ironía y numerosas referencias a mitos y cuentos clásicos, Capriolo habla mucho y bien del amor, de la belleza, del arte, de la vanidad y el apasionamiento de los hombres. Floresta explica qué fácil es perderse en los encantamientos de la fuente «y olvidarse casi de cualquier cosa e incluso de uno mismo; casi como si en el pequeño círculo que encierran sus orillas estuviese concentrado todo aquello que en el mundo tiene sentido y finalidad, significado y belleza. Todos creen encontrar en esas aguas transparentes lo que siempre habían buscado y se acercan con una mezcla de satisfacción y atormentada nostalgia, sorprendiéndose al ver el objeto de sus deseos tan cerca y a la vez inalcanzable. Así que, aun cuando se la contemple, aun cuando en ella se sumerjan brazos y manos o sobre ella se incline el rostro hasta rozarla, la fuente no concede nada de sí misma, de su propia esencia oculta y prodigiosa, sino que se limita a responder a quien la mira con un juego de imágenes fugaces que revelan su inconsistencia apenas se intenta aferrarlas». Pero también la fuente se defiende de los reproches de Floresta: «No soy yo la que le tiene prisionero. Tú también lo has visto; es él mismo quien se tiene prisionero, él mismo es el cazador y la presa, la víctima y el perseguidor».