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LINS DO REGO, José

El niño del ingenio de azúcar, la primera novela del autor que se traduce al castellano, tiene acentos autobiográficos y una prosa enraizada en la literatura oral. Por ella desfilan personajes muy variados y, poco a poco, se desliza desde la información costumbrista y colorista hacia los descubrimientos sexuales del protagonista, contados sin morbo y de forma dolorida.

Por un lado, se dejan al descubierto los sentimientos del niño: el entusiasmo del recién llegado que asegura que «todo era para mí una delicia: el ganado, la leche, la espuma tibia, el frío de las cinco de la mañana, la figura alta y solemne de mi abuelo»; el amor por su dulce tía María, en quien veía «la mansedumbre y la paz de la regencia de un hada»; la confusión al presenciar una salvaje paliza, que «despertaba en mi inocente corazón de niño los más crueles deseos de venganza»…

Por otro, el adulto que narra va reflexionando sobre la nula educación moral que recibió, en la que no hubo ni buenos ejemplos alrededor ni una formación religiosa básica, apuntando las trágicas consecuencias que eso tendría en su vida. Al final de su narración, de camino al colegio, el narrador indica cómo aquellas familias «actuaban de forma negligente en la educación de los hijos, pensando que se corregirían con los castigos del internado. Y no se preocupaban de la infancia, de los años más peligrosos de la vida. En junio ya estaría en mi sanatorio. Iban a entregar a los curas y a los maestros un alma donde la lujuria socavara peligrosas galerías. Perdí la inocencia, perdí la gran felicidad de mirar al mundo como a un juguete mayor que los demás. Miraba al mundo a través de mis deseos y de mi carne. […] Llevaba al colegio un cuerpo arrastrado por pasiones de hombre y un alma más vieja que mi cuerpo. […] Niño de ingenio…, niño perdido».