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SIEBE, Josephine

Kásperle es como un nuevo Pinocho: un muñeco que cobra vida y huye, con un comportamiento inconstante y una enorme capacidad de hacer reír y de ganar el afecto de todos. El acierto de la autora está en haber hecho convivir con gente normal a un personaje con los rasgos inconfundibles de un muñeco de guiñol: divertido y exasperante, aparatoso cuando ríe y cuando llora, con sentimientos instantáneos que le hacen capaz de pasar de los lloros más amargos a la risa más estentórea. Un ser que, con su comportamiento juguetón y rebelde también ridiculiza egoísmos y actuaciones poco nobles. Y que nos recuerda el poder mágico que tienen las historias entre los niños: Kásperle disfruta contando sus aventuras, «pero siempre empezaba por cualquier cosa, y nadie le comprendía bien; menos mal que los niños de Torburgo sabían ya la historia de Kásperle, y fueron explicando lo que él se saltaba; Kásperle, al contar todas sus aventuras, hacía muecas muy graciosas y sacaba la voz de los personajes, de los que hablaba y les imitaba muy bien…».

Niños boquiabiertos

En Kásperle ha vuelto se cuenta el efecto hipnótico de una función de guiñol entre los niños, algo que no ha cambiado con el paso de los años: «Era algo muy curioso. Aquellos niños de ciudad, tan mimados y acostumbrados a ver las cosas más maravillosas se quedaban boquiabiertos viendo trabajar a Kásperle. Cuando Kásperle hacía sus muecas, muchos niños le imitaban, y cuando Kásperle se reía, los niños se reían con él. Lo malo era cuando Kásperle se ponía triste. Su tristeza se contagiaba todavía más que sus risotadas o sus muecas, y a los niños se les saltaban las lágrimas y tenían que sacar sus pañuelitos. Y como Kásperle nunca tenía pañuelo, los niños se ponían muy orgullosos cuando le decía a alguno:

—Dame tu pañuelo.

Entonces todos le querían dar su pañuelo, y Kásperle lloraba como un becerro y luego les contaba cosas de la isla de Kasperlandia».