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VENEZIS, Ilias

En la antigua Grecia de las ciudades-estado, la necesidad impuesta por las malas cosechas obligaba, a los excedentes de población, a emigrar en grupo y establecerse en nuevos lugares. Esas colonias así establecidas no dependían de la metrópoli original, pero sí seguían manteniendo con ella relaciones comerciales —la población emigrada solía comercializar productos griegos manufacturados, a cambio de materias primas de los enclaves— y, sobre todo, afectivas. Algunas de tales colonias mantuvieron su vigencia hasta nuestros días, como en el caso de los asentamientos en tierras de la actual Turquía, en las ciudades de Pérgamo, Esmirna, Éfeso, etc., que albergaron amplias comunidades griegas hasta 1923, año en el que el Tratado de Lausana obligó a Grecia y Turquía a intercambiar poblaciones. Grecia fue la perdedora de una guerra entre las dos naciones, y tuvo que ceder a la vecina Turquía las zonas de Sardes y Esmirna y las Islas de Ténedos e Imbros, con el consiguiente desplazamiento de más de un millón de compatriotas a la metrópoli. Un movimiento de escritores, denominados «la generación de los 30», fue muy sensible a esa tragedia nacional y manifestaron en su obra el sentimiento patriótico de pérdida, a la vez que quisieron intuir y materializar la esperanza en un renacimiento de valores sociales neo-helénicos. Ilias Venezis y Yorgos ZEOTOKÁS [1], son dos representantes de esa generación que habla del desvanecimiento del sueño nacional que representaba el Egeo como mar griego, y las provincias de Sardes y Esmirna como avanzadillas del europeísmo helénico frente a Asia. En este contexto, en Tierra de Eolia se mezclan elementos dramáticos con la exaltación de valores humanos y sociales, y con excelentes descripciones de ambientes. Es un canto, lleno de fuerza y lirismo, a la esperanza en el futuro de esa porción del pueblo griego.

Cuando los niños no nacen en épocas felices…

Es una obra semejante, como una continuación de Tierra de Eolia aunque fue escrita antes, Serenidad (Galini, 1939); Madrid: Ediciones Clásicas, 1991; 277 pp.; trad. de Miguel Guerrero Torres; ISBN: 84-7882-054-X.

En el prólogo a ese libro, donde afirma que es «uno de los libros amargos de nuestra generación» pero no pesimista, Venezis habla de su infancia y del porqué del tono de sus libros: «A la edad en que los niños, si tienen la suerte de nacer en épocas felices, aprenden sólo lo que de bonito existe en la vida y juegan, acumulando así en su interior una reserva de alegría para los días difíciles que vendrán cuando crezcan, nosotros aprendimos sólo lo que es pena y lágrimas. Nada hay más amargo que un niño triste que piensa, escribía un gran novelista. Y nosotros aprendimos a pensar bastante antes de que aprendiéramos a comprender lo que sentíamos.

Desgracias, destrucciones y emigración de poblaciones, trastornos de la vida económica de los hombres, confusión y choque de ideas, heridas psíquicas, así era nuestra juventud. Y a su lado está el pasado, el poso de amargura de este pueblo del que procedemos. Habitamos una tierra difícil, árida y sin embargo siempre queridísima. […] Con silenciosos y turbios ojos bailamos y cantamos canciones tristes, canciones donde los pájaros y los árboles, y las cimas de los montes se convierten en criaturas en las que al fin podemos confiar cuando no podemos hacerlo en los hombres, porque ellos nos afligieron».