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FORESTER, Cecil Scott

Primero y segundo de los once volúmenes que narran la carrera de Horacio Hornblower, un marino contemporáneo de Nelson, desde guardiamarina hasta Almirante. Forester publicó las primeras novelas sobre su personaje en los años 1937, 1938 y 1939: son las que corresponden a la época en la que Hornblower, ya capitán, manda una fragata enviada a Nicaragua, y que con el título El hidalgo de los mares fueron protagonizadas en el cine por Gregory Peck. En 1945 apareció Commodore Hornblower, en 1946 Lord Hornblower, y desde 1950 las novelas que narraban los comienzos profesionales del marino inglés: quizá las mejores.

En la tradición de los grandes narradores ingleses de aventuras marineras, Frederick MARRYAT [1] sobre todo, Forester nos hace asistir a los pormenores de la vida cotidiana en toda clase de barcos, a los entresijos burocráticos donde se deciden los ascensos, y a todo tipo de combates, abordajes y naufragios. Siempre quedan claros el valor, la disciplina y la integridad moral de los súbditos de su Majestad, frente a la indisciplina, cobardía y corrupción de sus enemigos españoles, «lentos y perezosos» y cuyas «galeras se caracterizan por su hedor».

Forester es tan buen narrador como novelista, desarrolla con buen pulso sus relatos a la vez que perfila la psicología de sus personajes, cuyas dudas, debilidades y reflexiones conocemos. En El teniente de navío Hornblower, el narrador adopta el punto de vista de Bush, el segundo teniente del Renown, que observa y juzga al «joven teniente desgarbado y de cara angulosa», que siempre «conservaba la sensatez y era capaz de pensar con rapidez fuera cual fuera el peligro que le amenazara», «un hombre que siempre estaba preparado para dar un paso atrevido, que prefería la acción a la inacción, que tenía muchos conocimientos teóricos de su profesión, pero también mucha práctica en navegar […], impetuoso y a la vez discreto»… Con este cambio de punto de vista, Forester presenta también la maduración de Bush, un hombre generoso, incapaz de experimentar sentimientos mezquinos, cuya devoción admirada por Hornblower va en aumento a lo largo de la aventura. Y, a la vez, al mostrar a Hornblower bajo la mirada de otro joven inseguro como él, va perfilando mejor la figura de su héroe.

En la siguiente novela, Hornblower y el “Hotspur” (Hornblower and the Hotspur, 1962), un Hornblower ya casado es enviado a patrullar por el canal de la Mancha para espiar e interceptar la flota francesa, y terminará sus acciones siendo el capitán de rango más joven de la lista de capitanes.

La modélica armada inglesa

Sorprende que un maestro de la ironía como Forester componga unos libros de aventuras tan limpios de críticas hacia los defectos del propio país o de sus instituciones. Y es que, aunque afirme que en la Armada inglesa imperaban la severidad y la ingratitud, y que las cosas dependían más de la suerte que en otros sectores de la vida, nada más opuesto al discurrir de la narración. En su primeras semanas a bordo, Hornblower aprende que «en la Armada no tenían por costumbre reírse de un hombre que no se escaqueaba cuando tenía algo que hacer y lo hacía lo mejor posible». Tiene dificultades, sí, pero es que «la vida en la Armada no era una sucesión de crisis sino una crisis constante y […] mientras se resolvía un problema urgente, era necesario hacer planes para resolver el siguiente». El valor no se discute, pues «nadie podía sentir otra cosa que desprecio hacia un hombre que confesaba que sentía náuseas cuando le acababan de asignar una tarea peligrosa», y todos piensan que «el miedo despojaba al hombre de su hombría». Los buques funcionan como máquinas bien engrasadas por la instrucción y la obediencia: «Cuando un almirante pedía a un oficial que hiciera algo cuando lo estimara conveniente quería decir que lo hiciera inmediatamente, tanto si ese momento le parecía conveniente como si no…». Y el comportamiento de Hornblower es, cada vez más, una referencia para todos: Bush, que pensaba que un oficial de marina «sólo necesitaba saber cosas relacionadas con la navegación», amplía su idea después de convivir con Hornblower pues, se nos dice, «ahora sabía que (un oficial de marina) debía tener ciertas cualidades: iniciativa, aunque no temeridad, fortaleza física y espiritual, tacto para tratar a sus superiores y a sus subordinados, ingenio y agilidad mental. Una armada tenía que combatir y, por tanto, necesitaba ser guiada por hombres combativos».