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BRINK, Carol Ryrie

Relato ameno que se publicó el mismo año que La casa de la pradera [1] y que, como él, tiene sabor, algo de novela de maduración, algo de novela de travesuras y mucho de novela de pioneros; pero, sobre todo, tiene mucho de novela de chica independiente. La narradora desea subrayar las habilidades y la independencia de Caddie, capaz de actuar como los chicos y, además, con habilidades propias que a ellos se les escapan; y elogiar tanto el buen criterio de su padre, al permitirle actuar con tanta soltura, como la unidad y el afecto familiar que hacen posible la educación de Caddie y sus hermanos.

Se cuentan cosas de la vida propia de los pioneros, también de momentos de peligro en los que se meten los chicos Woodlawn por insensatez, pero, nos dice la narración, de ellos «se esperaba que supieran cómo usar sus cabezas en las situaciones de emergencia». La novela tiene la intención de hablar de amor a Norteamérica, y a la libertad y al trabajo bien hecho. Los chicos averiguan un día que su padre procede de una rica familia inglesa de la que tuvo que alejarse y cuando llega la noticia de que a él le corresponde una gran herencia, pero sólo si regresa, la familia entera ha de afrontar el dilema de volver o de quedarse. Esa situación propicia que se acentúe mucho el sentido americano de independencia: «Habéis crecido en un país libre, niños», les dice el padre a los chicos. «Suceda lo que suceda, deseo que penséis en vosotros mismos como en jóvenes americanos y deseo que os sintáis orgullosos de eso. Es difícil contaros cosas de Inglaterra porque allí no todos los hombres son libres de vivir sus propias vidas y de seguir su propio camino. Algunos hombres viven como príncipes mientras otros deben pedir unos míseros trozos de pan para seguir vivos». Por mi parte, sigue el padre, «no deseo tierras y honores que no he ganado con mi propio sentido común y mi trabajo».