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GUR, Batya

En sus muy vendidas novelas policiacas, la autora cuenta las cosas de un modo lento y pormenorizado, muy apropiado para ir desvelando poco a poco los entresijos del caso y para ir mostrando el mundo interior de sus personajes. Pero el mismo estilo calmoso y discursivo en boca de un narrador que tiene doce o trece años (me parece a mí que) no acaba de funcionar bien: Shabi sabe mostrar lo que ve, y lo que piensa y lo que no quiere pensar, con mucha claridad…, y eso suena un tanto artificioso, a pesar de su simpatía. Ahora bien: el relato es intrigante; los personajes están bien perfilados y las relaciones entre ellos bien trabadas; está conseguido el modo en que se muestran las tensiones, subterráneas y visibles, que recorren la sociedad israelí, aunque no tan bien como en las novelas mayores de Gur. Por otra parte, no son pocos los aciertos a la hora de señalar las reacciones interiores de Shabi: cuando Mijal, la pedagoga del colegio, les dice «cuando seáis mayores, lo entenderéis», Shabi dice: «Eso es algo que siempre me pone de los nervios. De todas las clases de literatura en las que hemos dado poesía, sólo me acuerdo de un verso: “En la vida no hay cursos para principiantes”, y precisamente la profesora no se detuvo demasiado para comentar ese verso».

Lo mejor es callar

Un ejemplo que muestra tanto la debilidad como la fuerza de usar una voz narrativa tan joven, la improbabilidad de que sus razonamientos sean tan buenos y su penetración para explicar qué pasa en el interior de los chicos, se ve cuando Shabi es enviado a ver al director del colegio a propósito de un asunto desconocido para él: «Cuando los adultos, los profesores o los padres, te sientan y te dicen “¿Por qué no nos cuentas lo que ha pasado?”, lo mejor es callar. Si tú te callas y les dejas preguntar y esperas con paciencia, ellos hablarán y podrás entender lo que quieren de ti. Hacen preguntas cortas, hablan y te dan explicaciones, y así te enteras de lo que saben y de lo que no saben. Si tienes paciencia y te contienes, no te pillarán diciendo justamente lo que ellos no saben. Para eso hace falta mucha paciencia, pues te hacen muchas preguntas, esperan, te miran, todo se queda en silencio y te entran unas ganas terribles de contestarles para librarte de esa voz machacona que no deja de preguntarte “¿Por qué hiciste esto? ¿Por qué no hiciste aquello otro?”. Y es que a veces ni tú mismo sabes por qué has hecho una cosa».