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GEORGE, Jean Craighead

En un breve prólogo a Mi rincón en la montaña, la autora cuenta cómo concibió esa narración, que responde a un sueño que muchos chicos tienen pero que nunca realiza por razones obvias. Y es evitando esas razones, prescindiendo de los aspectos psicológicos ajenos a la preocupación inmediata por comer o por abrigarse, tal como construye un relato en el que hace descripciones ajustadas al modo en que se podrían desarrollar las cosas. El resultado es una novela que atrae como un imán a quienes son entusiastas de la naturaleza, a quienes disfrutarían con poseer y adiestrar un halcón como Retador, o vestirse y llevar mocasines de piel de ciervo, o hacerse comidas tan originales como una sopa de zarigüeya seguida de un puré con tubérculos de espadaña…

En Julie y los lobos se usa un lenguaje igualmente claro, pero más emotivo y poético, para mostrar tanto la vida esquimal, como la conducta de los lobos, como los paisajes helados. Es un libro que se podría calificar de científico por su rigor, y de cinematográfico por su ritmo y su vigor visual. Es fácil encariñarse con Miyax, una belleza esquimal, de huesos pequeños y fuertes músculos. «Su cara era redonda como una perla y su nariz era achatada. Sus ojos negros, graciosamente alargados, eran húmedos y brillantes». A lo largo de su aventura, Miyax aprenderá, sufrirá, y sabrá cuando hay que «dejar de soñar y empezar a ser práctica».

Las descripciones son luminosas y coloristas. Cuando Miyax era niña, recordaba, «el océano era verde y blanco, y estaba bordeado de piel, puesto que ella lo veía a través de la capucha de Kapugen cuando viajaba con él hacia la playa, montada sobre sus hombros, metida dentro de su parka. A través de este marco veía los tiernos ojos de las focas sobre el hielo. La espalda de Kapugen se ponía tensa cuando éste levantaba los brazos y disparaba su escopeta. Entonces el hielo se volvía rojo». Y al pensar en el destino de su viaje, San Francisco, se da cuenta de la incomparable belleza de la tundra: «De un brillante color dorado, cubierta de sombras azules y púrpuras. Nubes amarillo-limón navegaban por un cielo color verde y cada uno de los juncos mecidos por el viento era un hilo de plata».

Las riquezas de la vida

Una interesante faceta de Julie y los lobos es su retrato de la crisis de la cultura esquimal al verse invadida por el estilo de vida «moderno»: alcoholismo, sed de dinero, pérdida de valores… Pero no es fácil mantener la coherencia al repartir elogios y críticas hacia las costumbres antiguas. Así, cuando Miyax agradece al espíritu del reno haber encontrado comida, se burla de sí misma «por ser una esquimal tan anticuada»; pero otras veces declara que «las antiguas costumbres son mejores». Se critica la familia «antigua», capaz de imponer un marido incapaz, a la vez que, por otra parte, se elogia su liberalismo, que permitía la separación de los esposos que no se amaban. Miyax quiere a los animales, aunque, ingenuamente, como buena chica esquimal, también canta canciones de focas que quieren ser abrigos. No cabe dudar, sin embargo, de la sabiduría de los esquimales, unos hombres para quienes «las riquezas de la vida son la inteligencia, la valentía y el amor. Un hombre que poseyera estos dones era rico, y se le admiraba como a un gran espíritu, del mismo modo que los gussaks (los blancos) admiraban a un hombre con bienes y fortuna».