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PÉREZ ESCRIVÁ, Victoria

En un tiempo como el nuestro, apresurado y por tanto propicio al ingenio brillante más que a las obras contundentes, abundan mucho cuentos breves que, como estos, se pueden comparar a fuegos artificiales, luces breves en la noche, bonitos para contemplar, divertidos para pasar el rato. Pero, además, estos cuentos concretos podrían ser llamados de «nonsense» reflexivo: por sus puntos de partida —el niño al que sólo le crecían las piernas, un camello al que tiran en paracaídas, un hombre que mete una estrella en una caja…—, y por los comentarios que brotan al hilo de unos argumentos zigzagueantes como buscapiés. En su conjunto suscitan lo que podríamos llamar un pensamiento sonriente como, por ejemplo, cuando se nos indican que a nuestro alrededor hay un montón de gente que un día fue mágica pero hoy está desencantada, y «se la reconoce porque siempre está protestando».

El cangrejo

Puede dar una idea del tono que tienen los relatos, éste sobre un cangrejo que llora porque no sabe andar hacia atrás y se lamenta de que todos los cangrejos van y él sólo sabe venir… Entonces el narrador le dice:

«—¿Has pensado que a lo mejor son los demás cangrejos los que vienen y tú el que vas?

El cangrejo dejó de llorar y me preguntó:

—¿Y hacia dónde voy?

Esa era una buena pregunta y no supe qué contestarle. El cangrejo siguió llorando.

Ya lo había notado yo. Era un cangrejo existencialista».

Otros libros: ¡Splash!, ¡Achís!, ¡Cataplof! [1], Cierra los ojos [2], álbumes ilustrados por Claudia Ranucci [3].