Inteligente y bien armada novela que no debería ser olvidada por la película basada en ella, entre otras cosas porque ni su tono ni su resolución final se parecen. Pierre Boulle usa su experiencia personal para fabricar un relato de acción muy convincente: sin pasarse de vueltas, pone delante del lector multitud de detalles pequeños relativos al ambiente del campo de prisioneros, al aspecto y peligros de la selva que los circunda, al trabajo de los concienzudos constructores del puente por un lado, y de los meticulosos saboteadores por otro. Pero la intención de fondo del escritor francés se centra en conseguir un retrato despiadado del coronel Nicholson: un hombre íntegro y valeroso pero que, «parapetado en la certeza de la superioridad de los hombres de su raza», se siente feliz cuando termina su puente y piensa «haber añadido un episodio poco común a la leyenda occidental de los constructores de imperios». La poderosísima ironía de Boulle apunta directamente contra el espíritu del imperialismo inglés, al cual representa en un hombre que, supone uno de los personajes, «en su más tierna juventud, se leyó enterito a nuestro entrañable KIPLING [1]». En definitiva, un buena lección acerca de cómo una coherencia segura de sí misma e irreflexiva en torno a los «para qués» últimos, es estúpida y puede acabar siendo dañina. En otro nivel, es clarificadora la introducción que aclara las vicisitudes de la confección del guión de la película y las modificaciones sustanciales que se le hicieron para volverla más aceptable comercialmente.