- Bienvenidos a la fiesta - https://bienvenidosalafiesta.com -

RIBEYRO, Julio Ramón

Los relatos de Ribeyro, un escritor alejado de las modas, serán duraderos por su hondura humana, por la calidad de una prosa que fluye con sorprendente naturalidad, por su tono realista sin estridencias ni excesos explicativos decimonónicos, y sobre todo por la inteligencia con la que sabe contarlos para dejar un remolino de preguntas dentro del lector. El autor peruano construye sus cuentos dejando que los hechos hablen por sí mismos, dando valor a los detalles y siendo sobrio al mostrar los sentimientos, usa casi siempre la primera persona para intentar reflejar los sentimientos del niño que fue, pero añadiendo algunas perspectivas o matices en forma de reflexiones nostálgicas o dolidas o divertidas, las que puede hacer quien cuenta desde hoy lo que sucedió hace ya tiempo. El mismo Ribeyro habla de varias vertientes de sus cuentos según «familias de preocupaciones»: fantásticos, autobiográficos, de molde realista sobre Lima, de otros ambientados en Europa… Los escogidos aquí, todos sobre niños, son o podrían ser casi todos autobiográficos, excepto Los gallinazos y Los moribundos. Los demás narran recuerdos colegiales (Sobre los modos de ganar la guerra, Mariposas y cornetas, El señor Campana y su hija Perlita, Los otros), o rememoran ambientes e ilusiones de niñez y juventud en ámbitos distintos al colegio (Los merengues, El sargento Canchuca, El ropero, los viejos y la muerte, Atiguibas, La música, el maestro Berenson y un servidor).

Los gallinazos es un cuento realista y cruel, que bien podría firmar Flannery O´CONNOR [1]. Los moribundos refleja la distanciada ironía del autor, digna del mejor Mark TWAIN [2]. Sobre los modos de ganar la guerra tiene al principio unos acentos chuscos para dejar paso después al dolor ante la torpe complicidad de los chicos en la humillación de un compañero, y es como un pedir perdón por no conocer aún el respeto que merecen los hombres. Mariposas y cornetas cuenta sólo la felicidad de un chico a quien la chica le dice que sí. El señor Campana y su hija Perlita narra el descubrimiento penoso acerca de la verdadera vida de unos cómicos que habían actuado en el colegio. Los otros es una evocación repleta de dolorida nostalgia, que deja patente la visión compasiva y a la vez sin fe del autor. Los merengues es el único relato en tercera persona y el único en el que lo sucedido no se contempla desde la madurez, sino desde la perspectiva del pequeño Perico. El sargento Canchuca narra unas escenas costumbristas familiares que terminan de modo inesperado, haciendo pensar una vez más en el misterio del dolor que puede ocultar un hombre. Atiguibas contiene unas páginas que describen de modo excepcional la pasión juvenil por el fútbol para terminar con un excelente golpe picaresco. La música, el maestro Berenson y un servidor se centra en el entusiasmo por la música, en la devoción que un joven puede llegar a sentir por un artista, en el desmoronamiento del modelo cuando se le conoce de cerca, en su decadencia cuando se le redescubre al cabo de los años. El ropero, los viejos y la muerte, además de ser una prueba más de la capacidad de penetración del autor en las mentes infantiles, es una meditación acerca del tiempo.

Compasión y comprensión

A la vez que hace revivir sentimientos pasados, Ribeyro intenta descubrir al lector consecuencias ocultas de sucesos nimios de la infancia, y desea presentar con verosimilitud el mal en forma de frustraciones personales, un poco al modo de los personajes chejovianos. Y también como el autor ruso, cuando recurre al humor o a la ironía no es hiriente sino compasivo, como buscando acrecentar la capacidad de comprensión del lector.

En Los merengues, un cuento algo distinto a los demás, Ribeyro deja vibrando al final la furia del niño frustrado: «Le pareció en ese momento difícil restituir el dinero sin ser descubierto y maquinalmente fue arrojando las monedas una a una, haciéndolas tintinear sobre las piedras. Al hacerlo, iba pensando que esas monedas nada valían en sus manos, y en ese día cercano en que, grande ya y terrible, cortaría la cabeza de todos esos hombres gordos, de todos los mucamos de las pastelerías y hasta de los pelícanos que graznaban indiferentes a su alrededor».

En Sobre los modos de ganar la guerra, primero se cuenta el desconcierto del profesor cuando Perucho lo deja en ridículo: «Vimos en ese momento en su rostro esa expresión de estupor infantil que lo asaltaba en clase cuando le hacíamos alguna pregunta al margen del curso de Instrucción Premilitar»… Y, al final, después de la revancha que se toma Vinatea cuando hace pasar a Perucho por un corredor en el que todos le pegan, le hace caer de narices en un túmulo de basura, y le dice una estupidez, el narrador lamenta la falta de capacidad crítica y de fortaleza que tuvieron él y sus compañeros para oponerse a la injusticia y, por tanto, la vergüenza que les dejó aquella cobardía de la niñez: «El subteniente seguía riendo de su invención, mientras Perucho se sacudía la ropa, y nosotros también reíamos, pero de un modo horrible, sin saber bien por qué, dolorosamente».

En El ropero, los viejos y la muerte, el narrador habla de cómo se desvanecen las ilusiones de su padre después de que, con sus juegos, los niños rompieran el cristal del ropero: «A partir de entonces, nunca lo escuchamos referirse más a sus antepasados. La desaparición del espejo los había hecho automáticamente desaparecer. Su pasado dejó de atormentarlo y se inclinó más bien curiosamente sobre su porvenir. Ello tal vez porque sabía que pronto había de morirse y que ya no necesitaba del espejo para reunirse con sus abuelos, no en otra vida, porque él era un descreído, sino en ese mundo que ya lo subyugaba, como antes los libros y las flores: el de la nada».

Las tristezas deportivas

La prosa magistral de Ribeyro se aprecia en descripciones de ambientes externos o de mundos interiores, que suelen ser observados y relativizados con la distancia que proporciona el paso del tiempo. Resulta revitalizador, por ejemplo, el buen humor nostálgico con que se refiere a pasiones de infancia y juventud como la música en El maestro Berenson, o el fútbol en Atiguibas.

Lo ejemplifican bien algunos párrafos que aparecen en Atiguibas, donde se narran los sentimientos después de una derrota del equipo local: «Quien no conoce las tristezas deportivas no conoce nada de la tristeza. Esa vez, como muchas otras veces, salimos del estadio con la muerte en el alma, desesperados de la vida, sin saber cómo podríamos consolarnos del fracaso de nuestro equipo. Éramos aún muy chicos para buscar olvido en las cantinas y por supuesto no lo bastante maduros para encajar filosóficamente una derrota. No nos quedaba otra cosa que sufrir durante días o semanas, hasta que el tiempo aplacara nuestro dolor o una victoria de nuestro equipo nos devolviera la alegría». Y, más adelante, el narrador indica cómo la pasión va remitiendo y nos dice: «Seguimos yendo al viejo estadio durante años, más por costumbre que por pasión. Las derrotas nos hacían aún sufrir y los triunfos gozar, pero con menos intensidad que antes. Éramos ya mozos, descubríamos el amor, el arte, la bohemia, la ambición, otros ámbitos donde invertir nuestros sueños y cobrar otra calidad de recompensa».

Vidas precarias

Las opiniones de Ribeyro sobre la vida quedan de manifiesto en Los otros. Al principio, después de señalar cómo muchos de sus antiguos compañeros «siguen habitando el espacio de su infancia y marcándolo con sus pisadas, sus victorias, sus penas y sus sueños», se pregunta «¿dónde están los otros? ¿Dónde están los que se fueron tan temprano y ya no pueden, aunque fuese minados por la vida, y ya no pueden seguir hollando los caminos de su niñez y respirando el aire de su balneario?». Y, al final de la narración, el narrador nos hace partícipes de sus sentimientos: «Llego al malecón desierto al cabo de mi largo paseo, agobiado aún por el aleteo de invisibles presencias y reconozco en el poniente los mismos tonos naranja, rosa, malva, que vi en mi infancia y escucho venir del fondo de los barrancos el mismo viejo fragor del mar reventando sobre el canto rodado. Me pregunto por un momento en qué tiempo vivo, si en esta tarde veraniega de mil novecientos ochenta o si cuarenta años atrás, cuando por esa vereda caminaban Martha, Paco, María, Ramiro. Presente y pasado parecen fundirse en mí, al punto que miro a mi alrededor turbado, como si de pronto fuesen a surgir de la sombra las sombras de los otros. Pero es sólo una ilusión. Los otros ya no están. Los otros se fueron definitivamente de aquí y de la memoria de todos salvo quizás de mi memoria y de las páginas de este relato, donde emprenderán tal vez una nueva vida, pero tan precaria como la primera, pues los libros y lo que ellos contienen, se irán también de aquí, como los otros».

Bibliografía:
Javier de Navascués. Ribeyro, el escritor melancólico. Revista NUESTRO TIEMPO, nn. 493-494, VII-VIII.1995.