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MONTEILHET, Hubert

En la tradición de relatos humorísticos sobre fantasmas, esta historia paródica ocupa un buen lugar. Primero porque todos los sucesos están bien engarzados y suficientemente justificados: unas cosas llevan a otras con naturalidad. Luego, porque los personajes están lo suficientemente dibujados para sostener el argumento pero no más de lo que los haría improbables: el dueño del castillo; el profesor Dushnock, experto en espiritismo; la tía abuela Lady Pamela, etc.

Y, sobre esa base, los acentos del narrador, el propio John cuando ya es un anciano, son muy eficaces. Por un lado, emplea un lenguaje al mismo tiempo ingenuo y ceremonioso que aumenta la comicidad de los sucesos que narra. Por otro, coloca puyazos con toda la soltura de quien no parece tener la intención de ser irónico: «En la Inglaterra de aquellos tiempos, mis queridos hijos, a los chicos les pegaban sus padres y sus maestros; a los criados y aprendices, su amo; a las mujeres, sus maridos; a los marineros les pegaban por orden de su comandante… A los niños pobres les pegaban para que se estuviesen quietos; a los niños ricos, para hacerlos más inteligentes. Inglaterra se ha forjado y se ha hecho grande a latigazos».