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MAYNE, William

En sus primeras novelas, Mayne recibió el reconocimiento de la crítica y aceptación buena, pero no masiva, por parte de los lectores, debido a que su modo de confeccionar las historias no sigue los cánones habituales de los libros para chicos. Las razones se pueden ver también en los relatos del autor disponibles en castellano, una serie de álbumes ilustrados escritos en los años ochenta, cuyos argumentos y estilo no coinciden tampoco con los que comúnmente se dirigen a los más pequeños. En ellos se aprecia que Mayne no da facilidades al lector cómodo: suele ahorrarse las explicaciones iniciales y empezar «in media res»; no suele contar historias con acción; describe ambientes y climas más que personajes, a los que no suele dar nombre propio pero sí entrar en sus psicologías y mostrar matizadamente sus sentimientos…

La capacidad de Mayne de ponerse dentro de los chicos y ver las cosas desde su punto de vista se revela en los libros sobre Job: las incomprensibles cosas que suceden en una casa pueden deberse muy bien a un ser como Job, en el que los adultos no creen pero en el que los niños confían ciegamente, y que parece un geniecillo casero o un incursor olvidado por Mary NORTON [1].

En El ratón que voló se aprecia otra de las querencias del autor inglés: presentar animales cuyas historias ilustran comportamientos y ambiciones humanas, y cómo se produce un acomodo final entre las expectativas que uno tenía y lo que ha intentado y podido hacer.

Las sugerentes ilustraciones de Benson para las aventuras siempre a media luz de Job, que lo acaban convirtiendo en entrañable, y las cálidas de Baynton en El ratón que voló, cambiando las perspectivas según ve las cosas el ratón protagonista, cumplen bien su función de dar cauce a la imaginación del lector.