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SÁNCHEZ FERLOSIO, Rafael

Alfanhuí, un libro encuadrable en el realismo mágico que preconizaba BONTEMPELLI [1], tuvo un gran impacto cuando se publicó por su cuidadísima prosa y su libertad imaginativa, cualidades más destacadas si se repara en la edad que tenía su autor y que, pasado un breve intervalo de tiempo, publicaría El Jarama (1956), obra completamente diversa de Alfanhuí en su concepción y en su estilo. A lo largo del relato, la prosa del narrador nos hace vivir la magia encerrada en momentos ordinarios: cuando se apaga el fuego y se queda «un silencio ligero como para una voz clara y solitaria, para una canción de alborada o unos pasos de cazadores». Hace notar particularidades del ambiente social de la España en la que Alfanhuí vive, por ejemplo, cuando se cruza con segadores en Castilla, hombres enjutos y pequeños, hoces atadas a las alforjas, cuellos desabrochados como la pobreza, «¡aquellas camisas blancas y la mirada triste y sufrida de los que siegan los campos de nadie! Eran los siervos y los señores del ancho verano». Destila una ironía divertida, como en la descripción de los bomberos, que «nunca sacaban a nadie por la puerta, aunque pudieran, siempre lo hacían por las ventanas y por los balcones, porque lo importante para vencer era la espectacularidad. Bombero hubo que, en su celo, subió a la joven del primer piso hasta el quinto, para salvarla desde allí». Contiene ramalazos de un humor surrealista como el de los pájaros con simetría vegetal, «una bandada ingrávida y maravillosa que se movía por el cielo a desgarrones, en un armonioso desconcierto. Ninguna bandada se había visto nunca tan desordenada y alegre, tan viva y disparatada». Y, sobre todo, queda claro el valor de las sabidurías inútiles que acumula un «ladronzuelo de historias» como Alfanhuí: por ejemplo, acerca de la leña, Alfanhuí «sabía los maderos que daban llamas tristes y los que daban llamas alegres; los que hacían hogueras fuertes y oscuras, los que claras y bailarinas, los que dejaban rescoldo femenino para calentar el sueño de los gatos, los que dejaban rescoldos viriles para el reposo de los perros de caza».

Alfanhuí y Pedrito de Andía

El autor publicó Industrias y andanzas de Alfanhuí pocos meses después de que saliera la novela de su padre, La vida nueva de Pedrito de Andía [2]. El crítico Ricardo Senabre describe así la confrontación entre los dos protagonistas: «Pedrito es un personaje histórico: fechas, nombres de lugares por los que transita y personajes con los que convive aparecen minuciosamente señalados y descritos. Frente a él, Alfanhuí es un personaje ahistórico, sin identidad, que deambula por lugares poco definidos. Pedrito habla detenidamente de sus padres y de sus numerosísimos parientes; Alfanhuí, sólo borrosamente de la madre. El aislamiento de Pedrito se resuelve en la escritura: de hecho, la novela es su propia narración; la escritura de Alfanhuí, en cambio, es ininteligible. Y existen, además, multitud de pasajes análogos que apuntalan el desarrollo sutilmente paralelo de ambas novelas […] y hay paralelismos evidentes, pero merced a ellos se acentúan mejor las diferencias. Pedrito encuentra en el desván de su tía papeles y cartas que sugieren la existencia de una remota relación sentimental con el pretendiente carlista al trono de España; la historia, la crónica familiar lo invaden todo en la novela de Sánchez Mazas. Alfanhuí halla en el desván una vieja silla descompuesta de madera de la que ha brotado una ramita con hojas verdes. No puede aducirse un ejemplo más rotundo para apoyar ese contraste entre lo verosímil y lo maravilloso que representa el punto de partida de Alfanhuí».

Nota:
La comparación Alfanhui-Pedrito de Andía está tomada de una colaboración de Ricardo Senabre en Literatura infantil y enseñanza de
la literatura; Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 1992; 124 pp.; col. Estudios.