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CARTER, Forrest

Libro que ocupó mucho tiempo el primer puesto de los libros más vendidos en las listas de The New York Times. Algunos sumandos que justifican su permanente popularidad son el atractivo de los personajes y los acentos del narrador, la fuerza que tiene como novela de aprendizaje, el sentido crítico que respira, y el buen humor.

Están bien dibujados los personajes de los abuelos y los de sus amigos. El tono ingenuo del narrador es simpático y sirve para justificar incluso el desaliño de algunos comentarios (pues casi en la misma línea puede hacer afirmaciones tipo «probablemente sin duda»). Sus descripciones de la vida en la naturaleza son normalmente sobrias y claras. La trama es una sucesión de distintos episodios, donde se alternan escenas o comentarios graciosos, como la explicación de por qué los indios dicen siempre «jau» (how) al saludar, una manifestación de cortesía, y momentos intensos, como la ocasión en la que una serpiente cascabel deja paralizado a Pequeño Árbol y el abuelo pone su propia mano delante para que le pique a él y poder atraparla.

La historia presenta el atractivo de una educación basada en una transmisión de conocimientos directa y continua —como la del artesano que comunica su oficio—, e impartida con una enorme generosidad —el lector puede apreciar la dedicación de los abuelos mucho más de lo que parece hacerlo el narrador—. Este va desgranando las lecciones que recibe de sus abuelos y apostillando su aceptación. Así, dice, «la abuela insistió en que (…) cuando se encuentra algo que es bueno, lo primero que hay que hacer es compartirlo con quienquiera que uno encuentre; de esa manera lo bueno se difunde y no se puede saber hasta dónde llegará. Lo que me pareció muy cierto». Y, en otro momento, apunta que «el abuelo decía que nunca había conocido nada en la vida que, siendo placentero, no escondiera algún inconveniente del tipo de fuese. Y no le faltaba razón». Hubiera sido más acertado mantener en castellano el título original inglés, La educación de Pequeño Árbol, para subrayar lo que caracteriza más a esta historia: el hecho de ser una novela de maduración.

El sentido crítico del libro es amable y contundente precisamente porque, al mismo tiempo que se deja clara la visión de las cosas de los indios cheroquis, no se formula ninguna queja directa y amarga contra el despojo que sufrieron, salvo las diatribas cómicas pero certeras del abuelo contra los políticos. Por otra parte, ambientar el relato en la Depresión y en plena Ley Seca es un elemento que acentúa más aún el afán de libertad mental e interior que comunica la historia.

Aprender a sembrar

El buen humor suena con distintas notas. Hay alusiones picarescas breves, propias de un narrador que parece no saber lo que dice. Hay gestos de complicidad entre abuelo y nieto que dan lugar a momentos divertidos: el abuelo siempre decía «estúpidas» en lugar de «malditas» si la abuela estaba delante y prohíbe a su nieto cualquier clase de palabra malsonante delante de la abuela. En otras ocasiones el narrador se dirige al lector para transmitirle lo que ya sabe, como cuando habla de su aprendizaje de la siembra y comenta que «todo lo que crece bajo el suelo, tanto si se trata de nabos como de patatas, ha de sembrarse con luna nueva, porque de lo contrario tus nabos y tus patatas no serán más gruesos que un lápiz»; en cambio, sigue, «todo lo que crece por encima, como el maíz, las alubias, los guisantes y cosas parecidas, se han de sembrar con luna llena. De lo contrario, la cosecha no merecerá la pena».

Otras dos novelas del Oeste: El rebelde Josey Wales [1] (Huido a Texas y La ruta de venganza de Josey Wales).