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CROMPTON, Richmal

Casi cuarenta libros, traducidos a muchísimos idiomas, convirtieron a Guillermo en cómplice de las trastadas de varias generaciones, que también conservan en su memoria las imágenes que le puso Thomas Henry. Leído hoy, su chispa se mantiene, pero sus hazañas corresponden a tiempos en donde las ciudades eran más pequeñas, los ambientes más familiares, las diversiones menos sofisticadas. Por esta razón, y por sus acusadas referencias británicas, ha perdido actualidad y, a veces, sus principales lectores actuales son adultos nostálgicos del chico con el «don de saber mentir de forma que se convenza uno mismo».

Con un estilo narrativo semejante al de Wodehouse [1], Crompton enriquece los constantes diálogos entrecomillando las palabras adecuadas para dar énfasis o acentuar el sarcasmo de los comentarios de Guillermo o de sus amigos. Los lectores pueden disfrutar con la sátira social que subyace y con los constantes embrollos verbales y vitales de Guillermo. Muchos aspectos del comportamiento y tantos rasgos de su personalidad son descritos tan certeramente que resultan muy cercanos: quién, siendo niño, no se ha encontrado un día contento, silbando por la calle, «con las manos metidas en los bolsillos»; o triste como Guillermo cuando le confiscan sus armas, pues «la vida se presentaba vacía y poco interesante sin su arco y su flecha».

La emoción de tener enemigos vivos

Crompton suele presentar los acontecimientos y contemplar a los adultos desde la óptica del niño. Así, como para tantos chicos, para Guillermo «la fascinación de cualquier juego consistía, principalmente, en el peligro de romperse algo». Para él, un jardín «encerraba un sinfín de posibilidades de diversión, como selva, pradera o cuenca minera, así como la emoción de un enemigo vivo bajo la forma del jardinero». Y cuando se avecina la llegada de una tía de Pelirrojo, éste manifiesta su contrariedad a sus amigos:

«—…dicen que quieren que me vea limpio; conque tengo que quedarme en casa toda la tarde.

Hubo un murmullo de indignación contra tan inhumana crueldad.

—Las personas mayores son así —murmuró Guillermo con amargura».

Para narrar las hazañas de Guillermo, Richmal Crompton emplea distintas perspectivas: de sus amigos, de sus profesores, de sus vecinos… Pero, sobre todo, de sus padres y hermanos, sabedores de que «las emociones nunca andaban lejos de Guillermo». Todos ellos temerán y sufrirán el «efecto devastador» de su interés por cualquier asunto que les afecte…; a la vez que también serán sus cómplices, incluso unos contra otros, cuando las víctimas sean familiares pelmazos o adultos de «sonrisas expansivas… pero postizas».

Hay empollones suficientes en el mundo

Normalmente, los pequeños héroes de los libros infantiles-juveniles suelen ser buenos estudiantes o, si no lo son, es por alguna razón circunstancial. Pero Guillermo no. Y en esto reside, hay que reconocerlo, parte de su atractivo.

«El final de curso era una época crítica para Guillermo. Por un lado, existía la gloriosa perspectiva de las vacaciones. Por otro, existían sus “notas”.

Ni los mejores amigos de Guillermo podían decir de él que fuera intelectual ni laborioso. Era un caudillo atrevido y capaz. Era, en distintas ocasiones y humores, capitán de ladrones, pirata, piel roja, explorador, náufrago, proscrito, pero nunca ni en ningún humor era estudiante. La actitud de Guillermo en el asunto era de humildad y modestia increíble. Dejaría a los demás que se llevaran los premios y cosas. Se pasaría sin ellos. Había empollones suficientes en el mundo sin él».