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WEBSTER, Jean

La autora procuró prolongar el gran éxito de Papaíto piernas largas con Querido enemigo, mejor novela porque los tonos rosas no impiden ver la realidad patética de muchas situaciones personales y familiares. Ambas van ilustradas con sus propios dibujos humorísticos, de no mucha calidad pero expresivos y graciosos. Aunque las traducciones castellanas que se citan son antiguas y podrían mejorarse sustancialmente, las historias tienen gracia porque Jean Webster sabe dar distintos registros a las voces de sus narradoras, siempre desenvueltas y a veces cómicas a la hora de contar lo que les ocurre, con una cierta pose inicial frívola que va dejando paso a un estilo de trabajo responsable.

En Papaíto piernas largas veremos que la vivaz y dicharachera Judy Abbot tiene un plan de lecturas asombroso, y podremos leer que incidentalmente señala cómo es «la única del colegio que no ha sido educada con Mujercitas [1]. Claro que no se lo digo a nadie porque esto me daría patente de estrafalaria».

En Querido Enemigo, aunque comienza con tonos ligeros —«mi lengua no tiene la más pequeña conexión con mi cerebro; funciona con absoluta independencia», dirá Sallie en una carta para su Enemigo disculpándose por haber hablado demasiado—, pronto comprobaremos que maneja una ironía muy inteligente —cuando habla de su novio y menciona que a él los niños no le importan mucho, enseguida rectifica: «Me temo que le estoy difamando. Los niños se convierten en electores»—, y que su profundidad de carácter va en aumento —si al principio afirma que «el servir a la sociedad es admirable […] pero mortalmente aburrido en sus detalles», luego romperá con Gordon diciéndole que «ya no soy una alegre joven que juega con la vida. La conozco demasiado y esto quiere decir que ya no me puedo reír siempre»—.

Además, entre las novelas que proliferaron a finales del XIX y principios del XX señalando los malos tratos que sufrían muchos niños, Querido Enemigo puede ser destacada también porque nace de que, durante sus estudios, Jean Webster visitó orfanatos e instituciones que la concienciaron de algunos problemas sociales: de modo indirecto, la novela hace notar los estragos que causa el alcoholismo en las familias y habla de chicos que «precisan años de felicidad, amor y alegría para extirpar los horribles recuerdos que tienen almacenados en los rincones de sus pequeños cerebros».