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HOPE, Anthony

Las novelas de Hope se vendían bien, pero él mismo era consciente de su limitado valor y contemplaba su actividad con distanciamiento irónico. La popularidad de El prisionero de Zenda se basa en su argumento de acción trepidante y en el romanticismo del conflicto amoroso en el que acaba envuelto el protagonista. A esto hay que añadir el contexto de la época victoriana: Hope conecta plenamente con el alto concepto que de sí mismos tenían entonces los ingleses. Además, un mérito indudable de Hope es que opone a Rasendill unos malvados a los que merece la pena enfrentarse y vencer: «De Gautet, un muchacho alto y delgado, el pelo cortado a cepillo y un bigote engomado. Bersonin, el belga, un hombre fornido de estatura mediana, calvo (pese a no sobrepasar mucho los treinta). El inglés Detchard, un tipo de cara larga y afilada, de pelo rubio muy corto y de tez bronceada. Era hombre bien formado, con hombros anchos y caderas estrechas. Buen luchador pero tortuoso y poco honrado, según me pareció». Y, sobre todos ellos, Rupert de Hentzau, «que no temía a hombre ni a demonio», «osado y cauteloso, arrogante y malvado, agraciado, cruel e invicto».

Su bala zumbó junto a mi oreja…

Rudolf Rasendill es un presumido normalmente simpático aunque puede resultar algo insufrible. Estas son algunas de sus baladronadas.

Ambiente: «Habíamos llegado a palacio. Disparaban salvas y tañían trompetas. Hileras de lacayos aguardaban inmóviles. Ofrecí mi mano a la princesa para subir la amplia escalera y tomé formalmente posesión, como rey coronado, de la casa de mis ancestros».

Vanidad: «Iba vestido enteramente de blanco, excepto las botas. Me cubría un casco de plata con adornos dorados y la ancha banda de la Rosa hacía muy buen efecto cruzando mi pecho. Pobre honor haría al rey si no admitiera, dando la modestia de lado, que componía una atractiva estampa».

Competitividad: «Yo era un hombre joven, amaba la acción y me estaban ofreciendo participar en una clase de juego que quizá ningún otro hombre había jugado».

Combatividad: «De un tajo, abrí la cabeza a un individuo derribándolo del caballo al suelo. Me encontré entonces frente a un tipo corpulento, percibiendo a medias que había otro a mi derecha. Como las cosas se me estaban poniendo demasiado feas para quedarme donde estaba, hundí las espuelas en los ijares de mi montura y la espada en el pecho del sicario corpulento simultáneamente. Su bala zumbó junto a mi oreja… podría jurar que la rozó».