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SPYRI, Johanna

Spyri tituló sus novelas sobre Heidi, «Años de peregrinación y aprendizaje» y «Heidi pone en práctica lo que ha aprendido», imitando el título de las novelas pedagógicas de su admirado Goethe. Consiguió un éxito arrollador y una popularidad para Suiza y sus paisajes alpinos como no podría igualar la más cara campaña publicitaria.

A pesar del lastre que puede suponer, para ciertos lectores, la fuerte carga sentimental y la enorme abundancia de diminutivos, Heidi tiene todo el encanto de la naturalidad y de la nostalgia. La autora confía en la vieja fórmula de que si el protagonista es feliz, los lectores también lo serán, y no le importa, con ese motivo, meterlos en un mundo donde se realizan las ansias de ver cumplidos todos los deseos. En él, las nuevas hadas madrinas son ricos generosos, no hay descripciones sobrecogedoras, los malos no son siquiera castigados pues desaparecen, y la bondad de la naturaleza es capaz de arrasar todas las dificultades: «Allá arriba se está bien; allí pueden sanar el cuerpo y el alma, y se recupera la alegría de vivir», dirá el doctor. Spyri incluye también observaciones experimentales, con las que cualquier chico conecta, como cuando Clara dice a Heidi que «el profesor es muy bueno, nunca se enfada y te lo explica todo. Pero, ya ves, cuando explica algo no se entiende nada; lo único que tienes que hacer es esperar y no decir nada, porque, si no, te lo explica mucho más y lo entiendes menos todavía».

Optimista e imperiosa

Al levantarse, Heidi «saltó presurosa de la cama […] chapoteó y se frotó hasta quedar reluciente». Y no sólo un día aislado sino siempre: pues Heidi en todo momento es una niña bien dispuesta, optimista, que «no se sentía nunca desdichada, ya que siempre tenía algo interesante que ver»; que cualquier cosa la hace ponerse muy contenta y «dar grandes brincos de alegría»; que asimila muy bien y muy pronto las enseñanzas que recibe con cariño; y que también tiene genio, como comprobó Pedro cuando se disponía a pegar al cabritillo: Heidi «se abalanzó sobre su brazo y gritó muy indignada. […] Pedro miró asombrado a la imperiosa Heidi, cuyos negros ojos le arrojaban tales chispas que bajó instintivamente la vara».