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GARLAND, Hamlin

Precedente de las novelas del Oeste que Zane GREY [1] y otros popularizarán, El capitán de los caballos grises es una narración en la que podemos escuchar respuestas de soldado: «La vida siempre es sencilla si uno cumple con su deber»; ver a un joven jinete contorsionándose en la silla, trotando directamente hacia una abertura oscura entre los pinos, «ejecutando un millar de típicas combinaciones de hombre, caballo y paisaje»; observar a «vaqueros de la especie más tosca […] blandiendo temerariamente sus revólveres»…, y ganaderos iracundos, políticos venales, indios sabios… La trama está bien urdida y los personajes bien dibujados, las descripciones tienen calidad, los diálogos son vivos y jugosos.

Garland muestra preocupación humanitaria y denuncia con claridad el expolio que sufrían unos indios de los que presenta una visión tan idealizada como teñida de paternalismo. Al contrario que su contemporáneo TWAIN [2], Garland sermonea un poco y no se priva de toques melodramáticos. Aún así, por qué no volver a la ingenuidad y disfrutar con párrafos como el que anuncia la llegada de la caballería en el momento crítico: Curtis «tuvo que hacer un esfuerzo heroico para que no se le saltaran las lágrimas cuando le llegó a los oídos el rumor metálico causado por las vainas de los sables y contempló el espléndido juego de las patas y los anchos pechos de los caballos grises al avanzar, cansados, pero aún llenos de vigor. Su avance tenía algo inexorable. En su orden, su límpido brillo, su gracia impersonal, se expresaba el poder del gobierno federal».