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SABATINI, Rafael

Sabatini era hijo de dos cantantes de ópera y, debido a eso, siendo niño viajó mucho y aprendió bien varios idiomas. En sus numerosas lecturas de los clásicos de aventuras anteriores a él, y en su conocimiento de las interioridades del mundo profesional de sus padres, están los orígenes de sus preferencias por las novelas de ambientación histórica y la explicación de algunas de sus características. Procuró dominar bien cuatro épocas para ser relativamente riguroso al presentar el telón de fondo contra el que se desarrollaban sus argumentos: la Revolución francesa, la piratería, el Renacimiento italiano y la revolución jacobita de la primera mitad del siglo XVIII en Inglaterra.

En Scaramouche, Sabatini utiliza el recurso de apoyar su narración en unas memorias ficticias, unas supuestas «Confesiones» de Andrés Luis, para construir una trama variada en la que alterna distintos escenarios con agilidad. Caracteriza bien al oponente de su héroe, construye unos ágiles enfrentamientos dialécticos, cuida la presentación de las mentalidades que alimentan el conflicto social.

Es más lineal El Capitán Blood, una especie de vengador vestido de negro parecido al Corsario Negro [1] de SALGARI [2], un hombre de voz agradable y vibrante, «que podía cortejar seductora y acariciadoramente y que podía mandar en forma tal que hiciese la obediencia inexcusable». Sin embargo, a diferencia de los héroes de Salgari, los de Sabatini no tienen un número dos tan definido y su perspicacia con las chicas que les están destinadas es lamentable: pero el que se pasen la novela error tras error tiene la ventaja de comunicar tensión al relato; véanse también, por ejemplo, las novelas citadas más abajo El halcón del mar y El cisne negro. Sabatini sostiene siempre un ritmo trepidante que hace ignorar al lector arranques super-enfáticos —por ejemplo: «Cuando los primeros destellos de la opalescente aurora empezaron a disolver la oscuridad, los ojos ávidos de los filibusteros…»—; y le hace olvidar que seguramente ha leído ya en varios sitios que, al asaltar un buque «los filibusteros peleaban con el furor desesperado de los hombres que saben que el retroceso es imposible, porque no hay buque donde refugiarse, y que no hay más que dos alternativas: vencer o morir».

Para su Capitán Blood, Sabatini se apoyó algo en la historia real de Henry Morgan, un bucanero que se reconvirtió en servidor de la Reina de Inglaterra. Y consiguió con él uno de sus personajes más memorables, no tanto por su esperada «sangre fría y firmeza en los momentos de mayor peligro», y por su cuidado en evitar cualquier impetuosidad «nacida enteramente del disgusto y el despecho, emociones que quitan la razón al más reflexivo de los hombres», sino por los conflictos (pequeños, esa es la verdad) que se le presentan para compatiblizar su doble reputación de caballerosidad y de pirata implacable. De modo parecido, sólo parecido, el lector de Scaramouche descubrirá que si el marqués de La Tour d´Azyr afirma que «tengo todos los defectos inherentes a los hombres de mi clase», también tiene algunas cualidades tan inesperadas como destacables.

El bagaje de los aventureros

El modo en el que Sabatini va dibujando la personalidad de Scaramouche no tiene desperdicio. Cuando promete y planea su venganza no se atribuye el papel de Dios, como El Conde de Montecristo [3], pero sí se justifica a sí mismo pensando que «Dios vería lo justo de su cólera. Y aún podía esperar que aquel único pecado no contrarrestaría el bien y el amor que Felipe había practicado siempre, ni la noble pureza de su gran corazón. Dios, pensaba Andrés Luis, no es, después de todo, un aristócrata». Intenta que se haga justicia y al resultar infructuosas sus gestiones ante el Procurador del Rey, el narrador apunta que «si había fracasado ante el orondo molino, era por lo menos dueño del viento»: Andrés Luis emprende con ímpetu a la actividad revolucionaria poniendo en juego «su peligroso don de la oratoria, un don en ninguna parte más peligroso que en Francia, —pues en ninguna otra nación del mundo responden tan vivamente las emociones del hombre a la llamada elocuencia—». Sin embargo, los éxitos que obtiene precipitan su huida y se ve «lanzado a la aspereza de la vida sin otro caudal que el traje de montar que llevaba puesto, un luis y unas monedas de plata. Poseía también un conocimiento de la Ley que le era inútil, puesto que no le había servido para evitar las consecuencias de su infringimiento. También eran suyos —más estas cosas que habían de servirle para su salvación, no las contaba— su don de la risa, tristemente reprimida desde la muerte de Felipe, sus conocimientos filosóficos y ese temperamento optimista y descuidado que es el bagaje de los aventureros de todos los tiempos». Una vez rehecha su vida y conseguidos los medios económicos, asiste a clases de esgrima y practica durante meses, muchas horas diarias, y reflexiona… «Andrés Luis había sido un gran jugador de ajedrez, a causa, sobre todo, de su facultad de pensar varias jugadas por adelantado. Esta facultad era la que, aplicada al arte de la esgrima, había de causar una verdadera revolución. Claro que ya se aplicaba, pero sólo en fintas simples, dobles o triples. Y Andrés Luis estaba seguro de que hasta la triple finta sería un juego de chiquillos comparado con lo que él planeaba».

Más novelas

Otros dos relatos de corte pirata-marinero, una de un noble inglés que termina siendo pirata musulmán a las órdenes del bajá de Argel, y otra de un ex-pirata reconvertido en noble que logra engatusar a otros piratas, son: El halcón del mar (The Sea Hawk, 1915) y El cisne negro (The Black Swan, 1932). La primera está en Barcelona: Edhasa, 2005; 384 pp.; col. Biblioteca de la aventura; trad. de Manuel Vallvé; ISBN: 84-350-5561-2; también se puede leer en la red la edición en inglés [4]. La segunda en Barcelona: Molino, 1984; 216 pp.; col. Clásicos juveniles; trad. de Manuel Vallvé; ISBN: 84-272-4012-0; agotada.

Y otros dos, ambientados uno en la Italia de unos Borgia favorablemente presentados, y otro en la Italia del siglo XV, son: La vergüenza del bufón (The Shame of Motley, 1908) y Bellarion (1926): en la primera un noble es obligado a ser bufón; en la segunda el joven Bellarion Cane resulta ser un embustero simpático, que engaña a quien le engaña, roba a quien roba, mata a quien le quiere matar, y acaba siendo un extraordinario condottiero. La primera está en Madrid: Valdemar, 2001; pp.; col. Valdemar histórica; trad. de Santiago García; ISBN: 84-7702-359-X; se puede también leer en la red la edición en inglés [5]. La otra estuvo editada en Barcelona: Molino, 1967; 252 pp.; trad. de María Rodríguez Rubi.