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BOJUNGA NUNES, Lygia

La escritora brasileña conoce de cerca los graves problemas de muchos niños de su país: fundó y durante cinco años mantuvo una escuela para niños pobres de la vecindad de su casa. Algunos de sus libros pueden describirse como un intento de dar voz a los niños en esas situaciones en las que nadie los escucha, tanto con sus relatos de fantasía, donde cobran vida seres inanimados o animales humanizados, como con sus historias realistas cuyos protagonistas pasan por momentos realmente duros. A estas últimas, que como tienen calidad y abordan con valentía cuestiones difíciles pueden gustar a un lector adulto, se les puede achacar que colocan a los chicos frente a conflictos de sentimientos que, para ellos (y a veces para cualquiera), tal como se plantean son irresolubles y, por otro lado, que tampoco el lector niño conecta bien con relatos así. Parecen necesarias unas armas literarias mucho más poderosas para contar ajustadamente, y sin simplificar en exceso, cómo reacciona un niño que presencia un crimen pasional, cómo piensa otro que tiene un amigo-vecino que se suicida, cómo actúa una niña cuando ve que a su madre la viene a buscar su amante y se marcha con él, o cómo es el mundo interior de otra cuyos padres trapecistas han muerto y se debe ir a vivir con una abuela rica y egoísta…, por citar contenidos esquemáticos de algunos relatos suyos.

Sin embargo, Bojunga Nunes logra su mayor nivel y se coloca de lleno dentro de la literatura infantil cuando enfoca situaciones vitales no tan ásperas con el filtro de la fantasía. Los compañeros, el primero y el más local de sus libros, menos complejo narrativamente que otros relatos posteriores, es representativo de la facilidad que tiene para hilvanar diálogos rápidos y vivos, deudores de su formación teatral, y para construir una narración con ritmo (de samba en este caso), llena de colorido y buen humor. Con iguales características formales, en Angélica y El bolso amarillo se muestra cómo los conflictos interiores de los protagonistas se ven agravados por rigideces sociales y educativas. En la primera se habla de los efectos terapéuticos del teatro, se indica cómo el que alguien defienda lo verdadero causa que otros también lo hagan, se presenta un enérgico ataque a ciertos comportamientos abusivos por parte del hombre (la mujer de el Cocodrilo Jota deja de ser la mujer de Jota para tener su propio nombre). En El bolso amarillo, quizá la mejor obra de la autora, además que son divertidos y cercanos los personajes fantasiosos —el gallo Alfonso, Imperdible, la Paraguas—, se dibuja con talento cómo Raquel, viviendo rodeada de adultos poco capaces de percibir sus necesidades, afianza su personalidad en buena parte gracias a la riqueza de su mundo imaginativo.

Reivindicaciones frescas

En general, en estos relatos hay unas constantes: simpatía por los niños de la calle; rechazo hacia ciertos prejuicios sociales y, en particular, hacia las imposiciones educativas formalistas; entusiasmo vital y elogio encendido de la amistad… Y, uno tras otro, en sus argumentos surgen muchos detalles concretos en los que, a lo largo de las últimas décadas, se han centrado las reivindicaciones de no pocos autores de libros infantiles, muchas de las cuales están relacionadas con algunas desigualdades a la hora de tratar a las niñas. La frescura con la que la escritora brasileña lo hace contrasta con la rigidez estereotipada de tantos escritores posteriores, que repiten lo mismo hasta la saciedad y se fabrican enemigos a medida para poder arremeter contra ellos sin problemas.

En Angélica, se nos dice que, con las cosas que le cuentan y no entiende, Puerto «fingía creer en las respuestas que inventaban para él y listo. Y pensaba: “cuando crezca voy a entender todo; cuando crezca ya no me hará falta fingir”. Pero por ahora era aún muy pequeño». Cuando quiere pagar en una cena explicando que es el hombre el que tiene que pagar, Angélica le responde: «—Eh, Puerto, esa idea es un poquito antigua. —Siempre ha sido así. —Ahora te estás pareciendo a los de mi casa…». El comportamiento de Angélica hace que, al final, uno de sus hermanos reconozca que «si mentimos siempre la misma mentira, ésta acaba teniendo cara de verdad».

En El bolso amarillo, Raquel se queja de que sus padres y hermanos mayores se dirijan a ella con voz boba y usen diminutivos, y además no la tomen en serio: «Si hay algo que no soportaré más es ver a los mayores riéndose de mí». Cuando le prohíben algunos juegos con el argumento de que son propios de chicos, piensa que lo mejor hubiera sido nacer chico pero más adelante ve que tanto el problema como la solución son otros. En una de las mejores escenas, Raquel acaba estallando ante la servil obsequiosidad de su familia con su rica tía Brunilda. Tiene también una profesora original cuyo modo de actuar levanta críticas y acaba siendo expulsada del colegio, un cliché que parece inevitable. Y, en particular, la propuesta de un nuevo modo de comportamiento de los sexos se observa, por un lado, en el gallo Alfonso, que se declara partidario de la igualdad, que (no sin pedantería) se define a sí mismo como un tipo muy sencillo, que pide no ser llamado Rey y decide cambiar de nombre; y, por otro, en que cuando en el gallinero explica su intención de no dominarlo todo, observa con estupor que las gallinas tienen tan interiorizado su papel que prefieren seguir como estaban pues les da pereza pensar por sí mismas.