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MANZI, Alberto

Orzowei es una historia de aventuras en la selva, pero, sobre todo, es un libro de amistad y generosidad, de valentía y de solidaridad entre razas. De los hombres del «Pequeño pueblo», los pigmeos, Isa aprenderá que «no se preocupan del color de un hombre, pero se fijan en las acciones de ese hombre». Y uno de los boers que huyen de los ingleses, de nombre «Flor de Maíz», le protegerá. Como un nuevo Tarzán, pero más realista y más humano, a los quince años, Orzowei «se había convertido en un muchacho alto y esbelto. Su cuerpo era fuerte y no tenía grasa. Bajo la piel quemada por el sol había músculos de acero. Las largas cacerías y la vida en la selva le habían dado una resistencia y una agilidad extraordinarias. Sabía arrastrarse sobre el terreno más difícil, sin hacer el más ligero ruido. Sabía correr detrás de una jirafa herida, por más de cuarenta millas, sin cansarse».

Para conquistar la sabiduría se necesita mucho tiempo

Según avanzan las páginas cobra relevancia la figura de Pao, el Gran Rey de los pigmeos, que cumple la función de consejero de Orzowei. Con él, Isa «aprendió a reconocer cualquier huella en el terreno, las distintas clases de hierbas medicinales, a disparar con el arco; a imitar los gritos de los distintos animales». Pao hace notar a Isa la necesidad de rezar al Gran Padre en todo momento: «¿La raíz del gran árbol se agarra con fuerza a la tierra sólo cuando el viento sopla con violencia, o bien siempre, para que nunca le coja por sorpresa la tempestad? La fuerza y la sabiduría no se adquieren en un momento. Cuando aprendías a disparar el arco tardaste mucho tiempo antes de dar en el blanco con la primera flecha. Para conquistar la sabiduría se necesita mucho, mucho más tiempo que para aprender a manejar el arco».