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LOFTING, Hugh

Lofting remezcla con talento elementos distintos: un científico verniano que actúa en escenarios exóticos propios de las novelas de acción, la inventiva y el humor propios del «nonsense», rasgos de los relatos protagonizados por animales, tanto los de aventuras como los confeccionados con intenciones educativas.

Así, el doctor Dolittle es un hombre de acción y observador minucioso, excelente matemático y un gran naturalista… En su libro último dice su cronista que no existe nadie «que haya ido tan lejos a fin de captar los secretos de una tierra nueva. Nunca pretendía saber las cosas de antemano con certeza. Y se enfrentaba con los problemas nuevos con una inocencia infantil que, a él, le facilitaba el aprenderlos, así como enseñárselos a los demás». Dolittle va evolucionando, de libro en libro, de un modo de ser despistado y caótico, hacia un talante más combativo y una mayor omnipotencia.

El humor de Lofting tiene distintos registros. Uno es la comicidad de algunos seres imaginarios propios de los cuentos de «nonsense». Otro se basa en las situaciones que propician los modos de ser de sus personajes: el comportamiento maternal de Dab-Dab el pato, la capacidad olfativa de Yip el perro, el ansia de comer de Gub-Gub el cerdito… Otro más se apoya en acciones disparatadas: Dolittle puede poner gafas a los caballos; o, cuando se hace cargo del circo e impone unos métodos humanitarios para cuidar a los animales, resulta que «dar un masaje a un elefante no es un trabajo fácil», por lo que seis hombres subidos en él «le frotaban y aporreaban para que el ungüento le penetrase bien en la piel. Lo hacían con tanta fuerza que el sudor les corría por la frente». En otras ocasiones, recurre a chistes sencillos, como cuando Bumpo Kahbubu, el príncipe de Yoliyinki, dice que durante su estancia en Oxford «me gustó todo menos el álgebra y los zapatos. Con el álgebra me dolía la cabeza y con los zapatos los pies». Y no falta la ironía británica cuando Polynesia comenta el clima inglés diciendo que «la verdad es que, quitando las ranas, no comprendo como hay quien viva en Inglaterra».

Además de toda clase de sucesos propios de las novelas de aventuras —robos, persecuciones, misterios, piratas, naufragios…—, se rechaza con energía cualquier clase de maltrato a los animales. A veces, en la línea de libros tan populares como Belleza Negra [1], de SEWELL [2]: Dolittle diseña unas cuadras para caballos con instrucciones dadas por los mismos animales. En otras ocasiones, se critican los zoos, las tiendas de animales, la fiesta de los toros, la caza del zorro… Aunque, sin duda, podemos sonreír cuando se dice seriamente que a los animales no se les puede llamar irracionales, también podemos aceptar sin dificultad que Polynesia diga que «(los seres humanos) me ponen enfermo. Se creen que son maravillosos […]. Se dan tanta importancia al hablar de los animales». Y es que los relatos de Lofting, muy influido por lo que vivió durante la primera Guerra Mundial, en el fondo revelan una gran desconfianza en la naturaleza humana.

El narrador omnisciente del primer relato, que se dirige a un público infantil con un vocabulario sencillo y un lenguaje directo, cambia en las obras siguientes. Será el anciano Tom Stubbins, que fue ayudante de Dolittle desde los diez años, quien narre los sucesos que conoció de primera mano (en los libros segundo, quinto y sexto) y por lo que ha sabido a través de otros (en los libros restantes). Este cambio de perspectiva permite al autor una mayor riqueza de vocabulario y de matices, que atraen también al adulto lector. Además, en cada libro se cuentan, al hilo de la historia principal, otros relatos protagonizados por distintos animales, y se juega con el recurso de hacer reaparecer personajes de aventuras anteriores. Lofting es de los pocos autores que han mejorado su primer libro en las secuelas sucesivas: el segundo, tercero y cuarto son los mejores de la serie. El jardín, sin embargo, es algo caótico, y El Doctor Dolittle en la luna es claramente más flojo aunque sea muy imaginativo.

Los tímidos y educados testadobles

La comicidad de Lofting asoma en la descripción de animales imaginarios como los testadobles: «Carecían de rabo y tenían dos cabezas, una en cada extremo del cuerpo, y unos cuernos muy afilados en ambas cabezas. Eran tímidos y muy difíciles de coger. Los negros atrapan a la mayoría de los animales agazapándose detrás cuando no los ven, pero esto no podía hacerse con el testadoble porque, como tenía dos cabezas, siempre estaba de frente. Además, solamente dormía la mitad cada vez, la otra cabeza estaba siempre despierta vigilando. Esta es la razón por la que no se les podía capturar y no los había en los jardines zoológicos». Entre las características tan útiles del testadoble está que usa una boca para comer y otra para hablar, por lo que puede hablar mientras come sin cometer una falta de educación.

Una vergüenza atroz

Pippinela cuenta su historia al doctor. Le dice que, cuando su padre le advirtió que la gente no suele comprar canarias, «porque las canarias no cantan», ella le replicó:

«—Padre, eso me parece ridículo. Tú sabes muy bien que las hembras nacen con tan buena voz como los machos. Pero es sencillamente porque no se considera decente que canten, por lo que dejan que se les estropee la voz por falta de práctica cuando son jóvenes. Me parece una vergüenza atroz.

Entonces intervino mi madre.

—¡Cómo te atreves a hablar a tu padre así, so desvergonzada! ¡Me gustaría saber hasta dónde van a llegar las hembras hoy día! ¡Vete al rincón de la jaula! —exclamó.

Y me dio con el ala un sopapo que me hizo caer de la percha».