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FOX, Paula

La danza de los esclavos es una novela de aventuras basada en hechos reales: la travesía y naufragio del Moonlight, en el golfo de México, el 3 de junio de 1840. Paula Fox no se para en las motivaciones y las historias de los tripulantes —el camaleónico Ben Stout, el bruto irlandés Purvis…—, pero sí en el dibujo psicológico del protagonista principal. Están narrados con soltura y agilidad los sucesos y la vida cotidiana en el barco, punteados por las reflexiones introspectivas del narrador y por descripciones gráficas, como la del segundo del capitán, Spark, que «al hablar siseaba como un hierro al rojo metido en agua».

Las otras dos novelas narran historias habituales en la autora: vida cotidiana, chicos en medio de conflictos de crecimiento, con dificultades de relación con los demás descritas de modo convincente. Un lugar aparte es una novela de adolescente que descubre su propia personalidad e intenta discernir dónde está la verdadera amistad. En Un gato tuerto está bien analizado el sentimiento de culpabilidad que Ned siente y del que le cuesta liberarse por miedo a ser sincero con sus padres. Paula Fox apoya las soluciones que da en el sentido común y en un humanitarismo apoyado en los buenos sentimientos para el que Dios es inaccesible. En ambas novelas maneja un eficaz sentido del humor, basado en una ironía inteligente y en comparaciones óptimas. Así, Victoria cuenta que había momentos en que su madre le «preguntaba: “¿Qué te pasa, Tory?”, y yo respondía: “nada”. He ahí una palabra capaz de abarcar un extenso territorio de “algo”». O cuando su amiga Elisabeth le indica que «tu madre es un encanto», ella exclama: «¡Un encanto! ¿Y eso qué es? En todo caso, no es un encanto todo el tiempo». O cuando revisa una carta que escribe y, asombrada, dice, «conté treinta y dos “yoes”…».

A veces digo mentiras

La importancia de no edificar una vida sobre mentiras, ni pequeñas ni grandes se desarrolla en Un gato tuerto: Ned sufre intensamente el disgusto íntimo de no ser sincero y percibe que todo se desencadena después de aquella mentira inicial, tan pequeña, que le había dado «una vida nueva y extraña de la que nada sabían sus padres, y que debía seguir ocultándoles. Cada mentira que decía agrandaba el secreto y eso significaba nuevas mentiras. No sabía como detenerse».

Ned, angustiado y avergonzado cuando nota el orgullo que sus padres sienten por él, no se atreve a sincerarse con su padre, pues piensa que la distancia que les separa es excesiva: «Pasara lo que pasase, su padre siempre se afanaba por llegar a un entendimiento. […] Lo doloroso era que si bien Ned no siempre confiaba en su padre, éste siempre confiaba en él, y eso le parecía injusto, aunque no podía explicar por qué». Finalmente, la puerta de la sinceridad se abre un poco cuando su madre le confiesa: «“Yo no soy tan buena como tu padre. A veces digo mentiras”. […] El clavó sus ojos en ella, con el anhelo imposible de que se imaginara todo».