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MELVILLE, Herman

En 1919, con ocasión del centenario del nacimiento de Melville, empezó a ser reconocida la categoría excepcional de Moby Dick, una de las más audaces y originales novelas de la literatura norteamericana y obra cumbre indiscutible. Y es que Moby Dick no es una novela «normal», sino una mezcla de reportaje y aventura y reflexión, donde se alternan pasajes realistas muy documentados con otros de acción intensa y otros simbólicos (la ballena blanca como la encarnación del mal): fue una novela que usó recursos novelísticos que serían usuales mucho después, de ahí su fracaso en su momento y su éxito creciente a lo largo del siglo XX.

Toda la novela está impregnada de un aliento épico y de un misterio inaprensible que ha fascinado a multitud de lectores desde su inicio, uno de los comienzos magistrales de la literatura: «Llamadme Ismael». Todos los actores del drama están perfilados con precisión e intensidad, todos tienen particularidades significativas. Ismael dirá de su amigo, el arponero Quiqueg, que «a través de todos sus fantasmagóricos tatuajes, yo creía ver las huellas de un corazón sencillo y honrado; y en sus grandes ojos profundos, ferozmente negros y valientes, parecía haber muestras de un espíritu que se atrevería con mil diablos». Del arponero Dagoo, un gigantesco salvaje negro, comentará que «había una humillación corporal en levantar la vista hacia él, y un blanco ante él parecía una bandera blanca acudiendo a pedir tregua a una fortaleza».

Quien lo domina todo es, sin embargo, el capitán Ahab, que con su pierna de hueso «se erguía, mirando derecho, más allá de la proa del barco, siempre cabeceante. Había un sinfín de la más firme fortaleza, una voluntariosidad decidida e inexpugnable, en la entrega fija y sin miedo de esa mirada hacia adelante. No decía una palabra, ni sus oficiales le decían nada, aunque sus más menudos gestos y expresiones mostraban claramente la conciencia incómoda, y aún penosa, de que estaban bajo una mirada turbada de mando. […] Ahab estaba ante ellos con una crucifixión en la cara, con toda la innombrable dignidad real y abrumadora de algún dolor poderoso. […] Su mirada se disparaba como una jabalina con la afilada intensidad de su designio; […] con aspecto de firmeza claveteada, sólo tocada por un cierto anhelo salvaje, aunque no esperanzado». Y lo veremos saltar tras su presa «con frente de ciclón y ojos de crimen rojo, y labios pegados por la espuma». A su través, Melville plantea el drama del hombre que no acepta su propia limitación y que orienta su vida como el cumplimiento de un destino previamente fijado: «Ahab es para siempre Ahab —dirá él mismo—. Todo esto está decretado de un modo inmutable. Soy el lugarteniente del Destino; actúo bajo órdenes».

Es un signo distintivo de Melville el suave humor irónico: «Aunque ame a su semejante, el hombre, sin embargo, es un animal que hace dinero, propensión que a menudo interfiere con su benevolencia»; «hay algunas empresas en las que el método adecuado es un desorden cuidadoso»; «no hay locura de los animales de este mundo que no quede infinitamente superada por la locura de los hombres». Otro rasgo propio son las expresivas descripciones: «Ondulando perezosamente en la artesa del mar, y lanzando de vez en cuando tranquilamente su chorro vaporoso, el cetáceo parecía un obeso burgués que fuma su pipa una tarde de calor»; y, en plena caza, «la inundación roja brotaba de todos los costados del monstruo como los arroyuelos por una montaña. Su cuerpo atormentado no flotaba en agua, sino en sangre, que burbujeaba y hervía, a estadios enteros por detrás de su estela».

Todas estas características pueden aconsejar no acercarse a Melville a través de Moby Dick, y acudir primero a un relato corto como es Benito Cereno: un testimonio respecto a las condiciones del comercio de esclavos, una novela de intriga de una inteligente complejidad en la que Melville nos hace caer en la cuenta de nuestros errores de juicio acerca de las actuaciones de los demás.

La majestuosa elocuencia de Ismael

Explica bien Somerset Maugham que todos los personajes de Moby Dick hablan igual, que Melville abusa de las frases altisonantes y eso a veces le conduce a tautologías como «umbrosa sombra» o «apresurada precipitación», que puede ser retórico hasta el absurdo como cuando habla de percibir un olor con un orificio nasal y al mismo tiempo uno distinto con el otro… Sin embargo, y al margen de que «todos los escritores tienen derecho a ser juzgados por sus mejores páginas», lo que su narración puede perder desde un punto de vista intelectual lo gana de sobra en potencia emocional. Veamos dos ejemplos en los que la narración se interrumpe con las exhortaciones y reflexiones que Ismael formula con majestuosa elocuencia.

Uno: «Considerad la sutileza del mar; cómo sus más temidas criaturas se deslizan bajo el agua, sin aparecer en su mayor parte, traidoramente ocultas bajo los más amables matices del azur. Considerad también la diabólica brillantez y belleza de muchas de sus tribus más encarnizadas; así, la forma elegantemente embellecida de muchas especies de tiburones. Considerad, una vez más, el canibalismo universal del mar, cuyas criaturas se devoran unas a otras, manteniendo eterna guerra desde que empezó el mundo. Considerad todo esto, y luego volveos a esta verde, amable y docilísima tierra; consideradlos ambos, mar y tierra; ¿y no encontráis una extraña analogía con algo de vosotros mismos? Pues igual que este aterrador océano rodea la tierra verdeante, así en el alma del hombre hay una Tahití insular, llena de paz y de alegría, pero rodeada por todos los horrores de la vida medio conocida. ¡Dios te guarde! ¡No te alejes de esa isla; no puedes volver jamás!».

Otro: «Hay ciertas extrañas ocasiones y coyunturas en este raro asunto entremezclado que llamamos vida, en que uno toma el universo entero por una enorme broma pesada, aunque no llega a discernirle su gracia sino vagamente, y tiene algo más que sospechas de que la broma no es sino a expensas de él mismo. […] Las pequeñas dificultades y preocupaciones, perspectivas de desastre súbito, pérdida de vida o de algún miembro, sólo le parecen a uno golpes bromistas y de buen carácter, y joviales puñetazos en el costado propinados por el viejo bromista invisible e inexplicable. Esta extraña especie de humor caprichoso […] le sobreviene a uno solamente en algún momento de tribulación extrema; le llega en el mismísimo centro de su seriedad, de modo que lo que un poco antes podía haber parecido una cosa de más peso, ahora no parece más que parte de una broma general. No hay cosa como los peligros de la pesca de la ballena para engendrar esta especie, libre y tranquila, de filosofía genial del desesperado».

Bartleby, Benito Cereno, Billy Budd

Un relato como Benito Cereno, y en general los propósitos como escritor de Melville, se clarifican con la lectura de sus otros dos relatos cortos más importantes: Bartleby, el escribiente y Billy Budd. En el primero, Bartleby es un empleado de un abogado que, a todos los requerimientos de su jefe, responde con un lacónico «preferiría no hacerlo»: el abogado, que es también el narrador, pasa por diferentes fases en su relación con Bartleby. Billy Budd es un marinero inocente que mata involuntariamente a un superior, John Claggart, un hombre malvado que le acusaba injustamente: el capitán Vere, a pesar de conocer bien que Billy no es verdaderamente culpable, se ve obligado a condenarlo a muerte y ejecutarlo.

En la introducción a la edición crítica citada más arriba se afirma que, aunque hay otros, el tema principal de Bartleby es «el cambio que ha operado la figura de Bartleby en la conciencia del narrador»; el de Benito Cereno es «el carácter ilusorio y superficial de las formas y el orden social, político y religioso preestablecido»; el de Billy Budd es el de «las diferentes lecturas que hacen los personajes unos de otros, los diferentes métodos perceptivos que utilizan, incluso sin conocerse en absoluto, o sólo de forma parcial e incompleta». En los tres relatos se conjugan «magistralmente los elementos formales de la omnisciencia del narrador, la ironía en el desarrollo de la trama, los contrastes singulares de perspectivas y las bruscas rupturas en la organización formal del relato». Los tres tienen una gran ambigüedad y riqueza interpretativa, pues Melville nunca ofrece soluciones netas a los dilemas que plantea, y entre los tres se pueden establecer clarificadores paralelismos, tanto entre personajes como entre cuestiones de fondo.

Borges [1] admiraba mucho estos relatos. De Bartleby decía que pertenece al «género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Franz Kafka: el de las fantasías de la conducta y del sentimiento» y que su «argumento esencial anticipa las obsesiones y el mecanismo de El castillo, de El Proceso y de América; se trata de una infinita persecución, por un mar infinito». Sin referencias directas a Kafka, también un comentario que hace a Billy Budd, va en la misma dirección: «ese admirable relato de Melville trata del conflicto entre la justicia y la ley. La ley es una tentativa, bueno, de codificar la justicia, pero muchas veces falla, como es natural».

Bibliografía:
—Los textos entrecomillados pertenecen a la edición citada más arriba: Bartleby, el escribiente, Benito Cereno, Billy Budd en Madrid: Cátedra, 2000, 4ª ed.; 305 pp.; col. Letras universales; edición de Julia Lavid: ISBN: 84-376-0654-3.
—Una biografía es la que firma Andrew Delbanco: Melville [2] (Melville. His World and Work, 2005). Barcelona: Seix Barral, 2007; 512 pp.; col. Los tres mundos; trad. de Juan Bonilla; ISBN: 978-84-322-0904-8.
—Las citas de William Somerset Maugham están tomadas del capítulo dedicado a Moby Dick en Diez grandes novelas y sus autores (Ten Novels and Their Authors, 1954). Barcelona: Tusquets, 2004; 375 pp.; col. Marginales Tusquets; trad. de Fabián Chueca; ISBN 84-8310-932-8.
—El primer texto de Borges es de: «Bartleby, de Melville» (prólogo en 1944), Ficcionario. Una antología de sus textos (1985). Edición, introducción, prólogos y notas por Emir Rodríguez Monegal. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1997, 2ª reimpr.; 483 pp.; col. Tierra Firme; ISBN: 968-16-2028-3.
—El segundo texto de Borges está tomado de: Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari. Reencuentro. Diálogos inéditos (1998). Veintiocho de las noventa conversaciones radiofónicas que tuvieron los autores entre 1984 y 1985. Buenos Aires: Sudamericana, 1999; 235 pp.; col. Señales; ISBN: 950-07-1994-0.