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HERGÉ,

Cuando le comentaron a Hergé que Tintín estaba siendo desplazado por Astérix [1], replicó: «Uno se puede identificar con Tintín, no con Astérix». Y es que, para Hergé, Tintín es un modelo: su aspecto físico revela ingenuidad y pillería, es valiente, generoso, leal, activo, luchador, desenvuelto, discreto, defensor de los débiles… y afortunado. Además, el carácter ejemplar de Tintín y sus aventuras tiene otra dimensión: en el mundo del cómic de la época, normalmente apresurado y chapucero, Hergé impone profesionalidad y cuidado; pone un esmero incansable para mejorar la calidad de su dibujo, de sus textos, y de sus tramas; y acierta de lleno al crear unos personajes cada vez más ricos y definidos, que llegan a ser familiares al lector.

Como los dibujantes de cómic pioneros, Hergé bebió sus argumentos de las clásicas novelas de aventuras y de los folletines policiacos, y siempre reconoció influencias novelescas de Sin familia [2] (MALOT [3]), La isla del tesoro [4] (STEVENSON [5]), Los tres mosqueteros [6] (DUMAS [7]), Grandes Esperanzas [8] (DICKENS [9])… Pero tuvo su principal fuente de imágenes en el cine mudo que vio en su niñez y juventud, y confesó más de una ocasión su deuda con el cine de Chaplin, del que tomó el ritmo y el encadenamiento de los gags, más que como chistes como efectos visuales cómicos cuyo secreto es la rapidez, y en quien se inspiró para el desvalido Tornasol.

Al comienzo, Tintín fue una historia por entregas. Hergé buscaba conectar el final de cada página con el principio de la siguiente. Más tarde, Hergé concebía el conjunto de la historia primero e iba desarrollándola después. Aunque concedía una parcial autonomía narrativa al gag, estructurado en planteamiento, nudo y desenlace, lo importante para él era fijar el hilo conductor de toda la historia, para luego actuar como un director de cine: no le importaba dibujar con desorden cronológico y saltar de una página a otra, se dejaba llevar por una intuitiva pero muy trabajada lógica de lo visual que buscaba imágenes que se explicaran por sí mismas y que condujeran de unas a otras. Al final, la magia nacía con el montaje. Pero desde los comienzos Hergé tuvo claro que se trataba de contar una historia, no de dibujar por dibujar. Y a esa finalidad subordinaba todo el trabajo: por encima de todo quería claridad, comprensión, máxima legibilidad. Esto se traducía en unos dibujos de trazo firme y cerrado, sin sombras, ni claroscuros, ni convenciones inútiles. De la mala calidad de la impresión en su época procederá su aversión por los degradados y su preferencia por los colores planos. La búsqueda de la nitidez gráfica y la simplicidad se advertía no sólo en los trazos, sino también en la composición de la viñeta y de toda la historia: pensaba mucho cada portada, escogía la tipografía más adecuada, evitaba las viñetas de relleno.

En los primeros álbumes predominaba el exotismo, abundaban los viajes, y había errores en la lógica de los acontecimientos. El Loto azul marca un antes y un después: a partir de él, Hergé se hace más un novelista en imágenes que un ilustrador, controla mejor el ritmo de la historia, todos sus detalles son verosímiles y su técnica es cada vez más rigurosa, hasta conseguir, por ejemplo, persecuciones de coche que son auténticas escenas de película; y gags a pie de página sensacionales, como las aventuras del esparadrapo que salta de viñeta en viñeta en El asunto Tornasol. Además, a lo largo de su vida, Hergé fue mejorando los álbumes anteriores, rehaciendo viñetas y dibujos, corrigiendo errores señalados por los mismos lectores, modificando lo que podría «herir» sensibilidades, por razones de conveniencia política o por revelar conceptos subyacentes de racismo, paternalismo, etc. El álbum que Hergé corrigió más fue En el país del oro negro: abandonado durante años, lo retomó en los 70 para suprimir referencias a los combates anteriores a la independencia de Israel.

El álbum favorito para Hergé fue Tintín en el Tíbet. Sus dibujos preferidos eran dos. Uno está en El cangrejo de las pinzas de oro: se ven unos ladrones en las dunas, tumbados en primer plano, incorporándose en un segundo plano y escapándose en el tercero, asustados por los insultos de Haddock que resuenan en el desierto: todo un hallazgo que le permite condensar una secuencia en una sola viñeta, como «encontrar un atajo de espacio y tiempo». El otro dibujo es también un ejemplo de síntesis y se halla en El tesoro de Rackham el rojo: Haddock desembarca en la isla fusil en mano, mientras, en segundo plano, Tintín y Hernández y Fernández arrastran la barca hacia la playa, y al fondo la silueta del Sirius se recorta en el horizonte: el lector reconstruye inconscientemente varios movimientos anteriores, como un «flash-back» instantáneo.

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Entre la enorme bibliografía sobre Tintín, la biografía de Hergé que firma Pierre Assouline, de la que tomo ideas y algunos textos que van entrecomillados, es un trabajo muy completo. Assouline, director de la revista Lire, y autor de otras biografías de escritores, sigue paso a paso la vida y el trabajo de Hergé. Habla de su colaboración en Le Soir, periódico controlado por los nazis, durante la guerra, y concluye que, aunque sus simpatías no estaban con los nazis, al poner su prestigio a su servicio, contribuyó a que Le Soir vendiera más. Al terminar la guerra es ayudado a poner en sordina ese pasado poco claro, y se centró en la recién creada revista Tintin, y en la puesta en marcha de los Estudios Hergé, en los que se produjeron nuevos álbumes y se reelaboraron una y otra vez los álbumes anteriores. De la biografía de Assouline surge un Hergé con un lado genial y un lado gris. Fue una persona con cualidades indudables: afabilidad, sentido de la amistad y del agradecimiento, rigor profesional. En la zona de sombra, su complicidad implícita con el nazismo y, quizá, su falta de generosidad para reconocer los méritos de otros en Tintín. En relación a esto es preciso señalar, sin embargo, que si en América los dibujantes están afiliados a un sindicato y su trabajo es colectivo, en la individualista Europa la estrella es el dibujante y nadie puede tocar su personaje y su producto. Por otra parte, en el caso de Hergé hay que resaltar que, además de ser el creador de sus personajes y de que los primeros álbumes los dibujó casi en solitario, estableció una vinculación muy estrecha con su obra: «Confieso que en Tintín he puesto toda mi vida», dijo en una ocasión. Y, a mi juicio, esto es lo interesante del trabajo de Assouline: los detalles y las circunstancias del proceso de creación y modificación de cada uno de los álbumes de Tintín.

Bibliografía:
—Pierre Assouline. Hergé. Barcelona: Destino, 1998, 2ª ed.; 443 pp.; col. Áncora y Delfín; trad. de Juan Carlos Durán Romero; ISBN: 84-233-2950-X.
—Fernando Zaparaín. Tintín: atajos en el tiempo y en el espacio. Revista CLIJ, n. 136, III-2001.