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HERRAIZ, Santiago

En Me queda Madrid el autor revela dominio de los ambientes y de las mentes juveniles, que pinta con realismo, buen humor sarcástico e incisivo, y un ajustado lenguaje de argot cuando hace falta. Estas cualidades brillan en la primera parte, por donde desfilan personajes de toda condición que la ironía del narrador retrata de modo inclemente, aunque dejándolos en pie. Por otro lado, las reflexiones que se hace Martín, críticas también hacia sí mismo, tienen altura sin caer en ningún exceso: tanto él como su amigo Josechu saben juzgarse a sí mismos con objetividad y tienen un sentido de la amistad que les permite levantarse el uno al otro cuando es necesario.

Amordazados es un tenso relato de acción, de los que no se pueden dejar hasta el final, construido con precisión y los rasgos propios de los «thriller»: narración en tercera persona pero frecuentemente desde dentro de uno de los personajes, argumento lineal desarrollado en secuencias que hacen avanzar los hechos en paralelo, descripciones precisas del trabajo policial de Antxo y del modo de operar de los terroristas, diálogos rápidos. Si el autor se hubiera olvidado de los lectores españoles, que pueden poner «cosas que faltan» y verse a sí mismos implicados emocionalmente en la historia, y hubiese ahondado más en los pasados y en los dilemas interiores de los protagonistas, estaríamos hablando de un relato menos periodístico y más universal y, quizá, de una gran novela del género.

Nocturno, la mejor de las tres novelas, incide mucho en la importancia de acoger y usar bien el talento artístico: un don oculto, «más fuerte que el engaño», que cobra su sentido cuando se usa para los demás. La capacidad para la ironía del autor brilla en las descripciones del mundo televisivo de sonrisas de plástico, se transforma en sarcasmos hirientes en varios diálogos violentos, y, sobre todo, destaca en la presentación del mundo interior de Renzo, muy bien cogido, tanto en sus momentos infantiles como en su crispación posterior de adolescente resentido. Así, el niño que se inclina por estudiar flauta se mueve por razones muy comprensibles: «Admiré la funda negra y brillante, parecía un maletín de rifle como los de los malos en las películas, donde llevan el arma, la munición y la mira telescópica. Me gustó». Aunque la escena inicial augure un final positivo, el argumento tiene la tensión que se deriva del deseo de saber cómo se alcanzará el desenlace anunciado y la de de ver cuál será la evolución de los personajes.

Un lamentable mecanógrafo de la guitarra

El autor tiene un gran conocimiento del mundo de la música y sabe comunicarlo bien, de modo cercano al lector joven.

En Me queda Madrid son modélicas las páginas dedicadas al mundillo del rock. Entre otras figuras sobresale la de Charlie, el antiguo rockero reconvertido en profesor de música, que a veces actúa en «plan gran maestro Yoda» cuando dispensa sus «consejos músico-filosóficos» a sus alumnos más crédulos. «Por ejemplo, el otro día le dijo a uno que tenía que saberse el punteo como para tocarlo dormido: —Sólo así puedes elevarte por encima de la mecánica de los dedos y unir tu mente a la música que producen tus compañeros. Sólo así, disfrutando de su armonía, puedes volar sobre el público haciéndoles sentir lo que tú sientes. Si no lo logras, te pillan fijo. Si no, nunca serás músico, sino un lamentable mecanógrafo de la guitarra ¿me oyes? No basta con no tener fallos, con eso contamos desde el principio».

En Nocturno son excelentes los comentarios y referencias a la música clásica, que no sólo hablan bien de su atractivo y su capacidad de mover el corazón sino que, además, se contraponen eficazmente con la realidad cotidiana. Así, cuando el profesor empieza a decir «la partitura es una autopista…», el narrador señala cómo, «cuando soltaba frases de este estilo, los más mayores le abucheaban, para que la grima no aumentara de tamaño». También son muchas las descripciones acertadas relacionadas con la música, como cuando Renzo ve tocar a dos niñas la flauta y comenta: «La pequeña fruncía el ceño concentrada en el cauce de las notas y se esforzaba en seguir a su compañera, casi de milagro, como quien camina sobre un estrecho muro».

Otros libros: Llora Jerusalén [1].