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WOLF, Ema

Como suele ocurrir a los escritores con un ingenio y una capacidad de adjetivación desbordantes, sus mejores obras desde un punto de vista narrativo son las que se ciñen más a un argumento y evitan las excesivas derivaciones. Así le ocurre a Ema Wolf, cuyo talante y estilo en algunas novelas podría compararse con el de Terry PRATCHETT [1], que logra con Historias a Fernández un excelente relato en sí mismo que contiene a su vez tres magníficos cuentos, y con La nave de los brujos y otras leyendas del mar unas recreaciones chispeantes que incluso cuando son historias más o menos conocidas nunca suenan a lo mismo.

En el primero abundan las imágenes originales, el vocabulario es rico y son muchas las expresiones coloquiales argentinas superexpresivas. El humor, basado en la exageración y en los giros sorprendentes, arranca continuamente la sonrisa y, a veces, la carcajada. Así, en un momento en que la narradora tiene dificultades para empezar una historia, nos comunica que siente lo mismo que «frente al rollo de cinta scotch cuando no le encuentro la punta». La explicación del temor a que Fernández se caiga de nuevo, está en que «ni siquiera conoce el sueño ligero: entra directamente en la cuarta fase —la de las ondas delta, la más profunda— y ahí se queda aunque la tierra trepide. Tampoco esto tiene explicación, al menos científica. Baste saber que duerme como los próceres de mármol, duerme con el sueño de abismo de las montañas, duerme como una pirámide, como un menhir».

El segundo es más contenido en cuanto a los acentos coloquiales y, sobre todo, abundan los toques a lo NESBIT [2] de colocar alguna imagen moderna en un relato de fantasía clásica. Por ejemplo, en La nave de los brujos se nos cuenta que los brujos a veces se desplazan en el Caballo Marino, que «se parece bastante a un caballo común, sólo que es descomunal y puede cargar hasta trece brujos juntos si no son gordos. Cuando celebran aquelarres, el Caballo Marino funciona como un micro escolar: los junta, los lleva al lugar de la cita —casi siempre una playa solitaria— y después los devuelve cada uno a su isla». Y no faltan golpes de humor socarrón como en el comienzo de Eulalia y el dragón en la caverna:

«Es sabido que los dragones viven en cavernas. Vamos a decirlo de otro modo: es muy posible que dentro de una caverna habite un dragón, por eso antes de entrar hay que ser precavido.

La precaución consiste en arrojar una piedra al interior. Si allí vive un dragón, el dragón saldrá y esa será la última piedra que esa persona arroje. Si allí no vive un dragón, el dragón no saldrá y la persona puede entrar tranquilamente».

Los cangrejos cosquilleros

De todos los relatos incluidos en La nave de los brujos y otras leyendas del mar quizá el más divertido sea La roca sumergida melancólica y el cangrejo ermitaño fiestero. Quien lo lea sabrá cómo empezaron a existir los cangrejos cosquilleros, y cómo, «con el tiempo contagiaron a los demás habitantes submarinos, que se prendieron en el baile. Las ostras roqueras tocaban los timbales, la morena ondulaba las caderas, el caballito de mar sacudía la cabeza, la mantarraya batía palmas, los camarones se frotaban las antenas, chiquichín, el pez sierra raspaba los corales, el pulpo aporreaba tambores. Colas, pinzas, aletas, tentáculos, todos mezclados y revueltos, sonando maracas y caracolas, puro merengue, meta plenita y vacilón.

Bueno, que se armó tremenda fiesta. Al rato todo el Mar Caribe se zarandeaba al ritmo del son picante.

Hasta que el Mundo no pudo resistir tanta cosquilla y se partió de risa».

Otro relato: El fantasma de la tía Maruja [3].