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REID, Thomas Mayne

Reid tiene novelas de distinto tipo. Unas son las del Oeste, que suelen ser reconstrucciones «históricas» con elementos folletinescos típicos y unas gotas de intriga. Las cualidades de sus héroes son formidables y la maldad de los malvados no es menos formidable también. Su estilo fácil y fluido hace digeribles las pinturas de paisajes y costumbres que ambientan el relato. Sin embargo, sus reflexiones y su categoría literaria no están al nivel de su capacidad inventiva para las tramas.

En Los cazadores de cabelleras hace una demostración de su conocimiento de las costumbres indias y presenta multitud de tópicos que luego serán habituales. Además del tema principal que John Ford inmortalizó en Centauros del desierto, el rescate de la niña criada entre los indios que tarda en reconocer a su familia, a Haller le pasa de todo: es arrollado por una estampida de búfalos, pero salva la situación montando en uno; atraviesa desiertos abrasadores y encuentra el oportuno riachuelo en el último momento; sale de arenas movedizas gracias a su increíble caballo; sufre una terrible alucinación cuando él y sus compañeros tropiezan con «una ciudad de apocalipsis, con torres, murallas, cúpulas gigantes que brillaban al sol, hasta el punto de obligarnos a bajar la mirada»…; atraviesa desfiladeros ominosos y, después de uno, llega por fin a la ciudad de los navajos; presencia una impresionante competición de puntería entre dos hombres de Seguin, uno de los cuales es el instruidísimo indio Sol, de la tribu de los maricopas, «un indio caballero»… No faltan descripciones detalladísimas de la colorista ropa de trampero, blusa de piel de gamo de color amarillo claro con bordados y adornos contra la que destaca una corbata azul, por ejemplo. Ni, por supuesto, del necesario equipamiento para emprender un viaje: «En los bolsillos llevaba dos revólveres Colt de gran calibre y de seis balas cada uno; en el cinto, un par de armas de fuego cortas, aunque más pequeñas, de cinco tiros tan sólo. Además, una excelente escopeta, de modo que en total podía hacer veintitrés disparos en pocos segundos» (obsérvese la precisión).

Cazadores de osos pertenece a un tipo de novelas que podríamos llamar «formativas», no tanto por el interés del general Grodonoff en que sus hijos maduren, como porque Reid hace un alarde de conocimientos sobre las características de cada una de las especies de osos.