Los minirelatos de Krazy Kat, muy valorados por los seguidores del cómic que podríamos llamar intelectual, componen una singular amalgama de drama, humor y poesía. El lenguaje mezcla elementos indios, afroamericanos, yídish, español…, pero también el latín junto con toques poéticos y shakespearianos —«mi reino por un ladrillo», dirá Ignatz—. Hay quien atribuye a Krazy Kat el mérito de ser el cómic más artístico de la historia, por sus audacias gráficas y de concepto, que se pueden calificar de surrealistas. Nunca fue un éxito popular pero a Randolph Hearst, propietario del King Features Syndicate, le gustaba y lo mantuvo hasta la muerte de Herriman, que nunca pasó el personaje a ningún otro dibujante.
Una parte del atractivo del personaje lo explica Umberto Eco del siguiente modo: «En Krazy Kat la poesía nace de cierta terquedad lírica del autor que repite hasta el infinito su anécdota, haciendo siempre variaciones de un mismo tema (…). En una historieta semejante, el espectador, no solicitado por el gag desbordante, por la referencia realista o caricatural, por una llamada al sexo o a la violencia, substraído a la rutina de un gusto que lo lleva a buscar en los cómics la satisfacción de unas determinadas exigencias, descubre la posibilidad de un mundo puramente alusivo, un placer de tipo “musical”, un juego de sentimientos no banales». A este comentario, que me parece certero, añadiría que no sé si la poesía de la que habla Eco se puede captar en un contexto tan diferente al de los lectores originales de la tira, que sí podían apreciar las singularidades de su lenguaje y de sus alusiones, y que tampoco sé si esa poesía puede surgir de una manera diferente a la de su origen, cuando las historietas llegaban periódicamente y así calaban en el lector. Y tal vez dé igual.
Nota:
El texto de Umberto Eco está tomado de «El mundo de Charlie Brown», Apocalípticos e integrados (Apocalittici e integrati, 1968). Barcelona: Lumen, 1993, 11ª ed.; 366 pp.; col. Palabra en el tiempo; trad. de Andrés Boglar; ISBN: 8426410391.