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DORRIS, Michael

Primera novela para niños del autor. Los dos hermanos narran la historia en primera persona, en capítulos alternos, con acentos poéticos. La narración se fija en las reacciones interiores de los chicos: en los conflictos entre ellos, en el dolor por el aborto que frustra la llegada del hermano que esperaban, en la inquietud de todos cuando llega una tormenta tropical y Noche no está… La narración acentúa un candor ingenuo y una sublime delicadeza que parecen más aceptables cuando hablamos de indígenas a los que se supone inocentes… Así, Alba nos cuenta que, cuando se levanta temprano y sale, «procuro pisar con cuidado cuando voy por el camino, para que los ruidos de mis pasos se confundan con el murmullo del mundo que se va desperezando. Padre me enseñó cómo caminar con el mismo cuidado que ponen las tortugas. “Si no haces ruido verás muchas más cosas —me dijo—. No hay nada que se esconda o que espere a que tú pases. Además, no hacer ruido es mucho más respetuoso con los animales”». Y, como sucede con frecuencia en novelas de niños, se incide en la importancia del nombre que uno tiene o que a uno le dan: en boca de Alba se afirma que «los nombres son dones extraños, muy especiales. Hay nombres que cada cual se da sólo a sí mismo, y hay nombres que cada cual muestra al mundo entero; hay nombres que sólo duran un rato y nombres que son para siempre, nombres que vienen de las cosas que cada cual ha hecho y nombres que se reciben a manera de regalos. […] Si el nombre que tienes es verdad, ese nombre es lo que tú eres».

La originalidad del enfoque y la calidad literaria (también de la excelente traducción), así como el sentido positivo con el que se plantea el amor familiar en los distintos problemas domésticos, justifican los elogios que esta novela ha recibido en Norteamérica. Cabe sospechar, sin embargo, que las alabanzas se deben también a que subraya la línea indigenista políticamente correcta, tanto al presentar la vida idílica de los taínos como al mencionar de pasada «los visitantes malignos, con los cuerpos pintados de blanco», según Noche, «los hombres gordos de la canoa», que Alba recibe gozosamente aunque percibe que «tenían mucho que aprender respecto a cómo comportarse». Y si todos nos sentimos conmovidos al leer, en una nota al pie de página del epílogo, que los taínos desaparecieron por completo un siglo después de la llegada de los primeros europeos, el modo de contarlo hará que los escolares norteamericanos se sientan también indignados. Por el mismo precio, y sin necesidad alguna de negar el trato cruel que muchas veces recibieron los indígenas, se podría haber indicado algo de las condiciones extremas de supervivencia en que vivían los taínos, y haber señalado que si la cercana tribu de los caribes sobrevivió fue porque habían resuelto el problema de la subalimentación con la antropofagia. En este sentido, Taínos muestra una de las grandes debilidades de mucha literatura infantil y juvenil: de la simplificación a la manipulación hay un paso.