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MAY, Karl

La saga de Old Shatterhand y Winnetou se publicó primero en Alemania, en revistas, y luego fue reunida en tres volúmenes titulados Winnetou der Rote Gentleman 1, 2 y 3, y publicados en 1893. En castellano, como se puede ver en esta página [1], la publicó varias veces la Editorial Molino a lo largo del siglo XX. Una edición de los años setenta y ochenta agrupó todas las historias en cuatro volúmenes, cada uno de los cuales, a su vez, contenía cuatro libros y tomaba como título genérico el de uno de los cuatro: La montaña de oro, La venganza de Winnetou, En la boca del lobo y La casa de la muerte. Los que yo cito arriba son los dos primeros libros, en una edición de 2017, y una edición que publicó SM hace unos años con episodios correspondientes a La venganza de Winnetou.

May tiene un espíritu romántico y folletinesco parecido al de SALGARI [2]. Como él, o como su antecesor Mayne REID [3], utiliza los viajes como marco y como tema para unas aventuras irreales, pero impregnadas del optimismo propio de quien sabe que todo saldrá bien. Aunque la mayoría y las más conocidas de sus historias se desarrollaron en el oeste americano, se internó con igual seguridad en otros escenarios: en 2017 se ha publicado una nueva edición, con un buen prólogo y una buena traducción, de A través del desierto, [4] aventuras en el norte de África del mismo Old Shatterhand con el nombre de Kara Ben Nemsi.

May es ameno y claro, y usa un estilo directo para introducir al lector en la historia. Los retratos de los héroes y de los canallas son parecidos siempre, y tienen bastante de caricaturas. Los argumentos son una colección sin fin de capturas, liberaciones, persecuciones y venganzas, donde todo tiene igual importancia, el instante cómico y el ataque más fiero. Son muy fáciles de leer para quien se acerque a ellos sin ganas de buscarles defectos pero a veces resultan cómicos por su ingenuidad: por ejemplo, al final de El hacha de guerra, el narrador dice que emprendió «una carrera de resistencia como no lo había hecho nunca; pero aguanté sin desmayar, porque Winnetou me había enseñado la manera de correr sin gran quebranto, o sea apoyando el peso del cuerpo sobre una sola pierna, y cuando ésta se cansa sobre la otra y así sucesivamente. De este modo se consigue correr horas seguidas al trote sin cansarse excesivamente; pero el sistema requiere unos pulmones sanos y fuertes».

Para ser más comprensible, May incluye numerosas interjecciones para enfatizar, y no le importa ser reiterativo en las descripciones: el paisaje es un telón de fondo compuesto por bosques impenetrables y las colinas onduladas de siempre atravesadas por ríos que se recorren en canoas… Abundan también explicaciones de todo tipo, unas breves —«Howgh es una palabra india de afirmación, y significa lo mismo que Amén, lo dicho, no hay más que hablar»—, y otras largas —«sabido es que la nutrición del hombre exige, además de sustancias inorgánicas, una determinada cantidad de albúmina e hidratos de carbono», etc.—.

Winnetou es el indio idealizado, hasta su conversión al cristianismo. Intentará evitar todo derramamiento de sangre, aunque la venganza sea muchas veces el motor de sus acciones. Como tantos autores de la época, también May está influido por las ideas rousseonianas del buen salvaje: en su caso es un elogio poder decir que, con ellas, contribuye a defender los derechos de los indios norteamericanos o a despertar hacia ellos una simpatía que no tuvieron en la vida real. May no pierde de vista ni su origen ni el destino inmediato de sus obras: Old Shatterhand, cuando se cruza con alguien que esboza una sonrisa benévola le supondrá «de origen germánico»; al entrar en un bar y escuchar a dos hombres hablar en alemán, observará que «sus rostros eran la estampa de la honradez»…

Ni una mancha ni una mota de polvo en su traje

Es característico de los relatos del Oeste prestar una gran atención al vestuario masculino, que muchas veces es realmente de pasarela. Un ejemplo lo tenemos en la descripción de Winnetou cuando hace su irrupción en un momento del segundo libro citado:

Old Shatterhand estaba en un bar. La situación era tensa y casi crítica aunque, por supuesto, la tenía controlada. Pero entonces «se abrió la puerta y entró un indio. Llevaba una zamarra de caza de piel blanca curtida, cubierta de bordados rojos al estilo indio. Las polainas también eran de piel y estaban adornadas en los cierres con gruesos flecos de pelo. No se veía una mancha ni una mota de polvo en su traje, compuesto de calzón y camisa. Llevaba mocasines bordados con abalorios y guarnecidos de púas de erizo. Del cuello cargaba la bolsa de la medicina, así como la pipa de la paz, artísticamente tallada, y un triple collar formado por uñas de oso gris, la fiera más temible de las montañas Rocosas. Rodeando la cintura llevaba, a modo de ancha faja, una preciosa mata de Santillo, por la cual asomaba el puño de un cuchillo y la culata de dos pistolas. En la mano derecha llevaba una escopeta de dos cañones, con la caja y la culata tachonadas de gruesos clavos de plata. Llevaba la cabeza descubierta y el pelo negro y abundante levantado como si fuera un casco y trenzado con la piel de una serpiente de cascabel. En el pelo no llevaba la pluma de águila ni otra insignia de caudillo y, sin embargo, por su aspecto aquél joven era un jefe, un guerrero famoso. En una palabra, era Winnetou, el Gran Jefe de los apaches, hermano mío de sangre».

Cuello largo y seco, ojos hundidos, cráneo como una bola de billar

De su compañero Old Death, Old Shatterhand nos dirá que «era largo, muy largo, y su cuerpo, un poco doblegado, parecía constar solamente de piel y huesos. Los pantalones de cuero le azotaban las piernas y la zamarra del mismo material se le había ido encogiendo con el tiempo, de tal modo que las mangas no le llegaban a cubrir el antebrazo. De la camisa surgía un cuello largo y seco, y la nuez parecía colgar de la piel como dentro de un saquito de cuero. Y nada digamos de la cabeza. En toda ella no se hallarían cinco onzas de carne, tenía los ojos hundidos, y el cráneo tan pelado como una bola de billar. Las mejillas chupadas, las agudas quijadas y los salientes pómulos, la nariz arremangada, con dos anchas ventanas, le daban un aspecto de una calavera que asustaba a quien le viera por primera vez. Este aspecto influía hasta en mi olfato, pues creía percibir olor de corrupción, de hidrógeno sulfurado y amoniaco, hasta el punto de hacerme perder el apetito».