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PEARCE, Philippa

Relato estructurado minuciosamente, contado sin barroquismo y con muchas alusiones a los argumentos de otras obras —a El jardín secreto [1], a las CRÓNICAS DE NARNIA [2], a Rip van Winkle [3]—. Pearce maneja con soltura los dos tiempos en que suceden los acontecimientos: el tiempo lineal de Tom, el tiempo «a saltos» y a distinta velocidad de Hatty… si se ven las cosas desde la perspectiva de Tom, pues la situación para Hatty es la inversa. La clave está en la inscripción que figura en el reloj del recibidor: «Time no longer» (Apocalipsis, 10,7: Tempus amplius no erit, Ya no habrá más tiempo). Con cuidadas descripciones, Pearce habla de las relaciones entre chicos y ancianos, un tema común en sus obras, y también explora ciertos sentimientos humanos: Tom descubre la soledad al conocer a Hatty; aprende a leer el pasado en los objetos y a reconocer en ellos vidas, alegrías y sufrimientos; por primera vez reflexiona en el modo inexorable en el que el tiempo transcurre y todo lo cambia…

Cuando el pasado se convierte en presente

En la vida ordinaria de Tom, el Tiempo no es inestable ni confuso: «No, en el piso el tiempo marchaba constantemente hacia adelante como se supone que lo hace: de minuto en minuto, de hora en hora, de día en día». Pero las cosas son distintas en el jardín, y dentro de Tom anidan dos deseos contradictorios: por una parte, desea que el tiempo corra rápido pero, por otra, quiere que vaya despacio: «El sonido del reloj de caja seguiría sonando “hacia” la hora de irse a la cama, y, en ese sentido, el Tiempo era amigo de Tom; pero también seguiría sonando “hacia” el sábado, y entonces el Tiempo era su enemigo».

Tom también descubre cómo el Pasado, «ese Tiempo tan lejano», «durante un corto rato, de algún modo se había hecho también su Presente…». E indudablemente aprende a ver la infancia y la juventud como estaciones de paso. De todos modos, eso no requiere mucha ciencia: la cuestión difícil está en saber hacia dónde.