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MANSFIELD, Katherine

Los relatos de Katherine Mansfield fueron publicados en revistas y agrupados después en libros que se publicaron al final de su vida, entre 1918 y 1922. Escritos en tercera persona, son vívidos, tienen un lenguaje muy pulido, están impregnados de un humor burlón que asoma en unas magistrales descripciones satíricas del comportamiento humano, y dejan al lector con un poso de melancolía. Y sus relatos protagonizados por chicos y seleccionados aquí tienen estas mismas características.

Los más largos están compuestos con una sucesión de escenas, al modo de un montaje cinematográfico (Preludio, En la bahía), y en ellos el protagonismo no está sólo en los personajes infantiles sino también en otros miembros de la familia. Otros están centrados en los niños y narran un único episodio con unidad de significado (La casa de muñecas, La niña, Fiesta en el jardín, Sol y Luna, Cuento de hadas suburbano, Seis peniques). En todos abundan los detalles simbólicos con el fin de llegar al lector por sugestión y nunca explícitamente, y cada momento de la narración está siempre situado bajo el punto de vista de algún personaje de modo que se revele su vaivén de impresiones y sentimientos. En algunos afloran escenas autobiográficas de la infancia de la autora en Nueva Zelanda, como Kezia en las escenas familiares de los Burnell, o como Laura en las de los Sheridan.

Como CHÉJOV [1], la escritora neozelandesa intenta revelar con cada cuento algo más acerca de la condición humana, convertirnos en observadores atentos de la realidad que, por tanto, no se dejan llevar por las primeras impresiones. Quiere también como el autor ruso, dejar de manifiesto cómo la formación moral del niño se juega en esos sucesos nimios que observan o que protagonizan, y cómo los adultos son culpables, y culpables también por ignorancia, de las consecuencias que su comportamiento provoca en los chicos, sea con su ejemplo, sea con sus acciones directas.

Unos relatos nos hacen asistir al reconocimiento que los niños hacen de los defectos y debilidades de sus familiares: en Preludio y En la bahía vemos sentimientos que van y vienen, y los descubrimientos que los chicos hacen cuando suceden cambios en la vida. Con otros apreciamos el despertar de su sensibilidad ante la injusticia: en La niña nos damos cuenta de cómo fraguan los adultos un castigo injusto, y cómo Kezia tarda en ver las cosas con otra perspectiva para rectificar entonces con una elegancia formidable; en La casa de muñecas vemos cómo la crueldad entre niños va en paralelo con la que han visto antes entre los adultos; en Fiesta en el jardín, Laura no sólo descubre la injusticia social sino que, al ver que su propia familia es cómplice, se plantea si no será ella la equivocada. Sol y Luna y Cuento de hadas suburbano son relatos muy cortos algo distintos: el primero sobre unos padres que van a lo suyo y no entienden nada del mundo interior de los niños; el segundo, en clave fantástica, también sobre unos padres que hacen caso a su hijo demasiado tarde. Seis peniques vuelve al tema del castigo injusto de un chico y al mezquino intento posterior de su padre de llegar a un arreglo.

Elegante y feroz ironía

La elegante pero feroz ironía de Katherine Mansfield asoma, por ejemplo, en Fiesta en el jardín:

«—Mamá, acaba de matarse un hombre —empezó a contar Laura.

—¿En nuestro jardín? —la interrumpió su madre.

—¡No, no!

—¡Oh, qué susto me has dado! —espetó la señora Sheridan suspirando aliviada…».

Pero, mejor aún, en La casa de muñecas:

«La escuela a la que iban las niñas Burnell no era justamente la que sus padres hubieran escogido, de haber podido escoger. Era la única escuela en varias millas a la redonda. Y, por consiguiente, era forzoso que se juntaran allí todas las chiquillas de la vecindad, las hijas del juez, del médico, del frutero, las del lechero. […] Pero todo tenía un límite. El límite se trazó en las Kelvey. Muchas niñas, entre ellas las Burnell, tenían prohibido hasta hablarles. Pasaban delante de ellas con la cabeza alta, y como las Burnell dictaban la moda en cuanto a etiqueta, todo el mundo se apartaba de las Kelvey. Incluso la maestra tenía una voz distinta para ellas, y una sonrisa especial para las otras niñas, cuando Lil Kelvey se acercaba a su mesa con un ramo de flores terriblemente cursi».

Lección para padres y para rencorosos

En La niña, un maravilloso relato que deberían leer todos los padres y todos los escritores que vuelcan el rencor en sus memorias, Kezia hace una trastada y su padre sube a su cuarto con una regla en la mano.

«—Te voy a azotar por lo que has hecho —dijo.

—¡No! ¡No! —gritó escondiéndose bajo las mantas.

Papá la destapó.

—Siéntate —le ordenó— y levanta las manos. Te voy a enseñar de una vez que no has de tocar lo que no te pertenece.

—Es que era para tu cumpleaños.

Pero la regla bajó sobre las palmas rosadas de sus manecitas.

Al cabo de muchas horas, cuando la abuelita la envolvió en su chal y la cogió en brazos para acunarla en la mecedora, la niña se acurrucó junto a su cuerpo blando.

—¿Para qué hizo Jesús los papás?

—Toma, aquí tienes un pañuelo limpio, perfumado con mi agua de lavanda. Duerme, nena mía: mañana por la mañana lo habrás olvidado todo. He tratado de explicarle a papá, pero esta noche estaba demasiado furioso para escuchar.

Pero la niña nunca lo olvidó».

Después, cuando Kezia ve jugar a los MacDonald con su padre, piensa que «debía de haber distintas clases de padres». Pero Mansfield es demasiado honrada para dejar el cuento aquí y, más adelante, nos hará ver cómo Kezia llegó a comprender mejor a su padre.