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ZWEIG, Stefanie

Rico relato con una fuerte carga autobiográfica, como señala la misma escritora en un epílogo titulado «Vivian» que añadió para la edición que se hizo del libro el año 2001. En él se describen los escenarios y los sucesos de modo poético pero, a la vez, sobrio, y el lector acaba viendo y sintiendo como Vivian.

Se nos habla de cómo contempla a los pelícanos y grandes marabúes negros, que se pasean erguidos entre los flamencos; de su familiaridad con los sonidos propios de los animales, el canto mañanero de los gallos o los gemidos de las hienas; de cómo le gusta la canción del chacal que llora porque se ha comido un zapato; de cómo aprende a narrar historias y cómo disfruta cuando lo hace, saboreando las pausas y manteniendo un semblante impasible.

Se dibujan bien los personajes que la rodean, sobre todo su amigo Jogona, pero también sus vecinos De Bruin y el bwana Simba. El narrador nos cuenta que «con De Bruin su padre hablaba siempre de la guerra de Alemania. Entonces su voz era cansina y sus palabras tristes. Con el bwana Simba hablaba de la guerra de Troya. Entonces desaparecía el cansancio de sus palabras y a veces se reía, pese a que en realidad tuviera que llorar por el valiente Aquiles».

De todos modos, quizá la línea del relato que predomina y la que le da un especial poder conmovedor, es el contraste entre los diferentes enfoques vitales de Vivian y su padre, pues ella continuamente percibe que su padre no entiende cosas elementales. Así, cuando la radio transmite la noticia del estallido de la guerra mundial, Vivian comenta con su padre que también ese día han llegado las grandes lluvias y, al responder su padre con un simple «Ah, ya», el narrador señala: «Su padre seguía sin ver la importancia de las cosas y consideraba la guerra, que no se podía ver, más importante que la gran lluvia, que se sentía en la piel y había transformado por completo la granja». Y, poco a poco, Vivian va comprendiendo a su padre y dándose cuenta que «no era verdad lo que siempre había pensado de él. Su padre no era como un niño que no supiera de nada. Tenía su propia magia, solo que había tardado mucho tiempo en revelarla». Al marcharse, Vivian se deja llevar una vez más por su corazón kikuyo: «Despedirse sin mirarse a los ojos era un viejo hechizo. Quien quería volver a ver a un amigo, tenía que demostrar fuerza a la hora de la separación».