- Bienvenidos a la fiesta - https://bienvenidosalafiesta.com -

MCEWAN, Ian

McEwan evidencia talento para introducir al lector en la mente de un niño, y muestra indirectamente cómo sus fantasías y temores son también un camino para ir conociéndose y alcanzar una progresiva madurez. Crea tensión con elementos muy sencillos, gracias a su habilidad para realizar descripciones inquietantes de lo cercano. Por ejemplo, cuando habla de Kenneth, sobrino de Peter, «uno de esos bebés que gateaban tan bien que no ganaban nada intentando andar. Avanzaba por la alfombra a una velocidad alarmante, como un tanque militar». El narrador prosigue indicando que «era un bebé de tipo rechoncho, con una gran mandíbula cuadrada que aguantaba una cara regordeta y babosa de un rosa feroz, con unos ojos brillantes y decididos y unas ventanillas de la nariz que, cuando no conseguía lo que quería en el acto, temblaban como las de un luchador de sumo». No es extraño que, al verlo, Peter lo sienta como una amenaza…

Un matón regordete y fofo

Es digno de mención el modo en que Peter afronta los problemas con el matón de la escuela, un tal Barry Tamerlán. Al principio del capítulo se nos dice que «no parecía un matón. No iba desaliñado, su rostro no era feo, no tenía una sonrisa inquietante, ni costras en los nudillos, ni tampoco llevaba armas especialmente peligrosas. No era especialmente grande. Ni tampoco era uno de esos tipos pequeños, enjutos y huesudos que pueden resultar feroces luchadores. No lo maltrataban en casa, como ocurre con muchos matones, ni estaba consentido. Sus padres eran amables pero firmes, y no sospechaban nada. Su voz no era fuerte ni ronca, los ojos no eran pequeños ni duros y ni siquiera era muy tonto. En realidad era más bien regordete y fofo, aunque no exactamente un gordito, llevaba gafas, tenía una cara blanda y rosada y un aparato de metal en la boca. Exhibía a menudo un aspecto triste y desamparado que atraía a algunos adultos y que le era útil cuando tenía que dar explicaciones para salir de algún lío». Pero, continúa el narrador, Peter se da cuenta de que «le tenías miedo porque todo el mundo se lo tenía. Era temido porque tenía la reputación de ser temible. Cuando lo veías llegar, te apartabas de su camino y cuando te pedía tus caramelos o tus juguetes, se los entregabas. Eso era lo que hacía la gente, de modo que parecía sensato actuar del mismo modo».