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LA FONTAINE, Jean de

La Fontaine toma sus temas de autores anteriores pero a la vez es un autor original cuyas composiciones tienen valor poético. Sus Fábulas parecen estar escritas con despreocupación pero, en realidad, están muy trabajadas. Se fija en los detalles familiares y ordinarios de la vida y monta sus relatos al modo de un teatro, donde cada personaje está bien y rápidamente caracterizado y habla de acuerdo con su condición. Con él, la narración con protagonistas animales cobra fuerza y las fábulas dejan de ser sólo un apoyo para la enseñanza, por eso a veces se afirma que ESOPO [1] y FEDRO [2] son sus predecesores más que sus modelos. Como imponía el género, extrae moralejas al final de sus relatos pero es dudoso que lo hiciese con propósitos moralizadores: más bien parece que con ellas intentaba indicar unas ciertas reglas de juego de la vida.

Así, en sus historias agazapa la malicia satírica detrás de una ingenuidad aparente, como se puede ver en algunas tan populares como La Cigarra y la Hormiga, La Zorra y las uvas o La Gallina de los huevos de oro. En unas pocas se hace un canto sincero a cualidades especialmente apreciadas por el autor, como es el caso de Los dos amigos: «¡Oh, qué gran cosa es un buen amigo! Investiga vuestras necesidades y os ahorra la vergüenza de revelárselas: un ensueño, un presagio, una ilusión: todo le asusta si se trata de la persona querida».

En otras, sin embargo, hace un planteamiento utilitarista del bien y del mal del que se obtienen las «moralejas amorales» que se derivan de fundamentar el obrar bien en las consecuencias buenas, y el no actuar mal por las malas. Así se observa en El león y el ratón, como ya se indica en el comentario a la versión que hace SAMANIEGO [3] de la misma fábula, pero se ve aún más, por ejemplo, en la conclusión de Las exequias de la leona: «Divertid a los reyes con ensueños y fantasías; aduladlos; atraedlos con mentiras halagüeñas; por muy indignados que estén, tragarán el anzuelo y seréis su favorito». La primera traducción de sus Fábulas al español tuvo lugar en 1787, cinco años después de IRIARTE [4] y seis de Samaniego, autores que sin embargo ya conocían bien su obra.