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PATON, Alan

Del mismo modo que La cabaña del tío Tom [1] fue un poderoso revulsivo social en la Norteamérica de la segunda mitad del siglo XIX, Llanto por la tierra amada tuvo en su momento un gran impacto al provocar oleadas de simpatía mundial hacia la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. Su autor la escribió en pocos meses, bajo «una poderosa emoción» según diría después, y su título procede de dos pasajes líricos que contienen sus claves: «Llora por la tribu rota y por la ley y las costumbres que ya no existen. Llora, ay dolor, por el hombre que ha muerto, por la mujer y los hijos desolados. Llora, amada tierra, pues nada de esto ha terminado todavía». Y, pocas páginas más adelante, el narrador sigue: «Llora, amada tierra, por el niño no nacido que es el heredero de nuestro miedo». Explica J. M. Coetzee que la potencia del libro de Paton reside ahí: en que surge del miedo del autor por sí mismo, por el futuro de su pueblo y de Sudáfrica; en la intensidad de la pasión que atraviesa todo el texto y en el modo en que la comunica, con dolor y sin sentimentalismo, y con una mirada ética y no psicológica sobre los personajes.

Están extraordinariamente bien dibujadas las personalidades del reverendo Kumalo, un hombre de bondad conmovedora; del también clérigo Msimangu, ejemplar en su disponibilidad para facilitar las cosas a Kumalo y en su capacidad para rectificar sus reacciones más bruscas; del terrateniente Arthur Jarvis, que lleva con admirable dignidad su dolor. Pero resultan también cercanos y verosímiles quienes no aparecen en el centro del escenario: la mujer del reverendo Kumalo; su hermana Gertrude; el misionero blanco padre Vincent; el director del reformatorio juvenil; la chica con la que convivía Absalom; el hermano de Kumalo, un político venal de oratoria magnética; el pequeño nieto de Arthur Jarvis… Al tirón y encanto particular de la novela contribuye que buena parte de la narración está confeccionada por medio de diálogos vivos, que reproducen el ritmo vital y de hablar propios de los zulús. Algunos capítulos contienen sólo descripciones ambientales, al modo en que lo hizo John STEINBECK [2] en Las uvas de la ira, una novela que influyó en muchos sentidos en Paton, tanto en los acentos emocionales que dio a su obra como en otras cuestiones formales tales como reproducir los diálogos anteponiéndoles guión.

El autor intenta huir de todo maniqueísmo y de cualquier simplificación de las dificultades a la hora de presentar el mensaje de su novela, la importancia de desarrollar una capacidad mayor tanto para el perdón y para la convivencia como para luchar de modo valiente y pacífico por la igualdad y la libertad para todos, y procura que tales ideas surjan de modo natural de los comportamientos que cuenta la historia. Eso sí, al mismo tiempo refuerza esas ideas explícitamente, por un lado, cuando describe la biblioteca y los documentos del fallecido, en los cuales aparecen textos e ideas de Abraham Lincoln; y, por otro, a través de algunas afirmaciones de Msimangu, entre las que son especialmente destacables sus comentarios acerca de que, como el poder carece de corazón sólo puede ser vencido por el amor, pues el amor no busca el poder; y acerca de su gran temor: que cuando los blancos decidan practicar el amor sea demasiado tarde pues los negros ya estén completamente dominados por el odio.