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STEIN, Edith

Aunque la autora no pudo repasar todo el texto, y a pesar de que faltan algunas hojas del manuscrito que se conserva, Estrellas amarillas es un relato de categoría literaria y humana fuera de lo común. Tanto ese título como el subtítulo son debidos a los editores, pues en el original se indicaban algunos títulos para los capítulos, el principal de los cuales era De la vida de una familia judía.

Es éste precisamente uno de los aspectos a los que puede atenderse durante la lectura: a la descripción precisa de tipos humanos muy diferentes en el marco de una familia muy extensa, donde los lazos son muy estrechos y el sentido de ayuda mutua está muy vivo, y a los detalles que se cuentan, con sabrosas reflexiones sobre las costumbres y la condición judía.

Otro es lo que tiene de retrato del marco cultural y social de una época, dentro del que nacen los planteamientos de su autora: un feminismo consciente, un gran sentido de responsabilidad social, un rechazo del «pathos patriótico» que ve alrededor, por ejemplo ante la celebración anual de la victoria sobre los franceses: «Yo no era pacifista, pero una actitud así para con un enemigo vencido me parecía poco caballeresca».

Y otra línea, en muchos sentidos la de mayor interés, es el itinerario interior de la autora, en donde se aprecia su progreso en conocimiento propio y en madurez humana, que la termina convirtiendo en una especie de consejera y apagafuegos familiar, y en la que se ve cómo su enorme ambición intelectual y su espíritu de incesante búsqueda la conduce a una posición de privilegio en el mundo académico. Su búsqueda de coherencia se potencia cuando encuentra en su camino a un maestro como Husserl, tan empeñado en educar a sus discípulos en la más estricta objetividad y en un «radical decoro intelectual».

Es más importante ser bueno que listo

Atisbos del mundo interior de una niña se ven, por ejemplo, en que siendo una chica muy sociable, Edith Stein con frecuencia vivía sumergida en su mundo interior. Ella explica que esto «en parte también se debía a la forma inadecuada con que los mayores acostumbran a tratar a los niños. Cuando comenzaba a hablar de algo que consideraban inapropiado para mi edad, se reían o lo tachaban de innecesaria curiosidad. Por eso prefería permanecer en silencio y no decir nada».

En otros momentos revela cómo los comentarios que le hacían despertaban en ella sentimientos de vergüenza: «Toda la familia me definió desde la más tierna infancia por dos cualidades. Se me reprochaba (con toda razón) el ser ambiciosa y también se me llamaba la lista Edith. Ambas cosas me dolían mucho. La segunda porque yo interpretaba que algo se quería decir sobre mi inteligencia y, además, me parecía que se indicaba que solamente era lista. Desde los primeros años de mi vida yo sabía, por otra parte, que era más importante ser bueno que listo».

Cuando un profesor al que admira le desea suerte durante sus estudios en Gotinga, y que allí encuentre «gente que le satisfaga. Aquí ha sido usted demasiado exigente y crítica», Edith Stein señala cómo aquellas palabras de reproche le sorprendieron: «Yo no estaba acostumbrada a ser reprendida. En casa apenas se atrevía nadie a hacerme observaciones. Mis amigas estaban unidas a mí por cariño y admiración. Vivía en el ingenuo autoengaño de que todo en mí era correcto, como es frecuente en las personas incrédulas que viven en un tenso idealismo ético. Y es que, cuando se está entusiasmado por el bien, cree uno que es bueno. Yo había considerado siempre como un justo derecho mío el señalar despiadadamente con el dedo las debilidades, errores y faltas de otras personas; a menudo en tono irónico y despectivo. Había quienes me encontraban “encantadoramente implacable”».