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JUSTER, Norton

Todo el mundo está de acuerdo en conceder el primer puesto en la literatura del «nonsense» a Alicia [1] y a su autor, un brillante matemático como Lewis CARROLL [2]. En la competición por el segundo destaca este relato de casi un siglo después, firmado por un arquitecto que, colocando en su sitio cada frase y cada episodio, levanta una obra singular en la que son compatibles la claridad con la sutileza y la sátira con la cordialidad. Juster presenta el conocimiento como aventura y, multiplicando los juegos de palabras y las situaciones hilarantes, comunica significado y diversión a cada personaje y cada escena. Es difícil encontrar un libro con tanta cantidad de seres alucinantes (y que podemos reconocer a veces tan cerca) como, por ejemplo, el Dodecaedro, capaz de resolver incluso lo absurdo: «Mientras la respuesta sea correcta, ¿a quién le importa si la pregunta es errónea? Si quieres que las cosas cobren sentido, tendrás que añadírselo tú mismo». Por otra parte, la traducción castellana es cuidadosa y las expresivas ilustraciones cumplen bien su función.

La recta y el punto es un inteligente relato, aparentemente sencillo pero divertido y sugerente, compuesto con un talento gráfico que atrae al lector y estimula su espíritu de observación.

Enemigos acechantes y pegajosos
En la fase final de su viaje, Milo y sus compañeros deben enfrentarse a unos seres acechantes, como el Terrible Trivial, «demonio de tareas insignificantes y trabajos inservibles, ogro del esfuerzo derrochado y monstruo del hábito», cuyo pensamiento es que «si sólo haces las cosas fáciles e inútiles, nunca tendrás que preocuparte por las importantes, tan difíciles. Sencillamente, no tendrás tiempo». Otro monstruo peculiar del que deben despegarse es el Gigante Gelatinoso, que siempre teme afirmar algo con rotundidad, y sus frases son «bueno, más o menos, así es, pero podríamos decir que, en comparación, no. Quiero decir que vaya, que relativamente tal vez, o en otras palabras, que apenas muchísimo». Para llegar hasta Rima y Razón, deben superar las pegas que les pone el Estupefáctor, un tipo que conduce «a la gente a encontrar lo que no busca, oír lo que no escucha, correr detrás de lo que no persigue, y oler lo que no existe», según él mismo declara. Y cuando logran escapar con Rima y Razón, son asaltados aún por otros tipos no menos siniestros. Entre ellos, por los tres demonios del Consenso, «uno, alto y delgado; otro, bajo y rechoncho, y el tercero, exactamente como los otros dos. Como siempre, se movían en círculos ominosos, porque, si uno decía “aquí”, el otro decía “allí”, y el tercero estaba perfectamente de acuerdo con ambos». Y también por la Futiculsa, figura pequeña y patética vestida con andrajos, que «mascullaba las mismas cosas una y otra vez, en voz baja y penetrante: “he estado enferma, alguien había arrancado esa página, he perdido el autobús, pero los demás tampoco lo hicieron” […] Parecía bastante inofensiva y educada, pero si te cogía por banda, era muy difícil librarse de ella».